Por: Fenris Wolf
-Friedrich Nietzsche.
Naturaleza. Una palabra que se dice en muy poco tiempo, pero que representa tanto. Encarna una belleza intrínseca por sí misma; ¿cuántos poemas no hemos visto que tratan de elogiar y representar a un animal o una planta?, ¿cuántos estudios científicos no se basan en el entendimiento de la naturaleza?, pues, ¿qué es la biología, sino un intento del ser humano de comprender cómo funcionan los seres vivos?, ¿cuántas religiones, cuántas filosofías no describen su perfección? y, sin ir más lejos, ¿no somos nosotros, los seres humanos, totalmente dependientes de ella?
Y aquí es donde surge el problema. Tal como lo plantea el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, los hombres somos una enfermedad para el planeta; nada menos que una plaga.
Algunas personas, como Nietzsche, piensan que somos parásitos de la naturaleza, seres, en esencia, egoístas y arrogantes. Y, aunque no podemos generalizar, no podemos negar que todos somos, en cierta forma, seres egoístas. Pero ser alguien egoísta no es malo, así como no lo es ser alguien abnegado; lo que debemos conseguir es equilibrar estas dos formas de ver el mundo. Tenemos que satisfacer ambas, en la misma medida, para lograr una plena convivencia con la naturaleza y, por tanto, con nosotros mismos.
Si hemos llegado a dañar tanto al planeta, es porque hemos dado rienda suelta a esa parte egoísta de nuestro corazón. Hemos abandonado casi por completo ese estilo de vida sencillo en el que, muchos años atrás, no éramos tan parecidos a un monstruo consumista que bebe, incansable, del cuerno de la abundancia. Hemos abandonado aquel tiempo en el que el hombre era otro ser vivo más, que recolectaba, que cultivaba, que no deseaba más de lo que necesitaba para vivir.
¿Será entonces la única medida posible la de exterminar al ser humano?, ¿podría esa “enfermedad” convertirse en una cura?
Si analizamos con detenimiento la situación, podremos observar que no hace falta tomar una medida tan drástica.
Como la deforestación de los bosques, la extinción de algunas especies animales y el mismo cambio climático son problemas globales, nos concierne a todos nosotros resolverlo. No a los representantes de nuestras naciones, ni a unas pocas personas influyentes: a toda la sociedad. Y si verdaderamente queremos lograr eso, lo único que necesitamos educación.
Es bien sabido que la maldad y la bondad dependen del observador. Una persona tiene sus propios motivos para hacer lo que hace, pues su justificación se forma con base a sus ideas, a sus sentimientos, a su cultura y a sus creencias. Siguiendo esta línea de pensamiento, ¿creen ustedes que un leñador tala árboles por pura maldad?, ¡por supuesto que no!, él ve a un árbol como un objeto inanimado, un puro medio para conseguir sustento para su familia. Un leñador que tala en lugares protegidos, una persona que tira una colilla de cigarro en un bosque, que arroja desechos tóxicos a los lagos…es alguien que no es capaz de ver que, a la larga, se está haciendo daño a sí mismo y a su familia.
¡Brindémosles la información entonces!, ¡llevémosles la educación!, pues si alguien debe ser tachado como malvado, debemos ser nosotros mismos que comprendemos la importancia de la naturaleza pero no compartimos este conocimiento o, simple y llanamente, no nos importa.
Aquellos poseedores del don del saber, que comprenden la importancia de la naturaleza, que no solo es vital, pues no sólo nos mantiene vivos, sino que nos mantiene felices, nos mantiene cuerdos, escuchen bien. ¿Qué haría un paisajista sin paisajes que pintar?, ¿qué haría un poeta sin su musa principal?, y en fin, ¿qué sería del arte, que es al fin y al cabo una imitación de la vida?, ¿qué pasaría con nuestros saberes de los que, con una mano en la cintura y la barbilla en alto, alardeamos tanto?
Nosotros que somos jóvenes, pongamos el ejemplo, cortemos ese lastre de egoísmo que arrastramos desde el inicio de la era industrial, ¡hagamos comprender a las masas que podemos vivir plenamente, satisfaciendo nuestros deseos, pero sin sobrexplotar a la madre naturaleza!
Necesitamos un cambio de enfoque, para poder salvar a la tierra y a nosotros mismos, tenemos que comprender que nosotros somos ella.
Y no me refiero sólo a que no podemos vivir sin la tierra, pero ella podría vivir sin nosotros. Me refiero a una idea concebida en un principio por los hinduistas, dilucidada luego por los filósofos y, finalmente, comprobada por los científicos. Una idea que resulta poética incluso, y que se resume en una simple frase: Tat tvam asi, que significa traducido al español: “eso eres tú”.
Somos, literalmente, la naturaleza, somos el universo. Somos una parte del cosmos tratando de comprenderse a sí mismo. Por esta razón, incluso una persona completamente corrompida por el egoísmo trataría al planeta con más respeto si comprendiera lo siguiente: al dañar una planta, al cazar un animal, y sí, al dañar a otro ser humano o al medio ambiente en general, cometes una atrocidad, no por el acto en sí, sino porque, sin saberlo, estás cometiendo un crimen contra ti mismo y contra una parte de ti. Por tanto, la verdadera pregunta no es si es posible un futuro en el que los humanos vivamos en armonía con la naturaleza. La verdadera pregunta es: ¿seremos capaces de sobrevivir a nosotros mismos?
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