Autor:
Mario Arizpe.
No sabía por dónde empezar. De cierto modo, sentía que ya había empezado.
Le encantaba decir que él tenía la peor vida de todas, pero
en el fondo sabía que no era cierto. Sabía que podía ser mucho peor.
Pero no estaba seguro de cómo podía empeorar. No se lo
imaginaba. Y por ello, decía todo el tiempo que sería feliz el día en que
entendiera cómo podría ser peor su vida y por qué debía estar agradecido de lo
que tenía.
Pero en ese momento él comenzó a entender.
El departamento siempre había sido frío. Esto le parecía
incómodo, pues le gustaba andar descalzo. Pero, también le permitía dormir
siempre acobijado, lo que le encantaba. Esto le parecía agradable también a la
mujer que dormía de espaldas junto a él, cuyo rostro era suavemente iluminado
por la luz del amanecer nublado que se filtraba por las persianas.
Era una escena casi nostálgica para él. Pero sabía que no
tenía razón para sentir nostalgia. ¿Por qué habría de extrañar algo? Su
relación nunca había sido mucho mejor, de todos modos.
¿Entonces qué era esa sensación que lo invadía mientras
miraba su pacífico rostro somnoliento? Se sentía triste, feliz y melancólico a
la vez.
Era un rostro diferente del que se encontró por primera vez.
Este no tenía maquillaje ni estaba acicalado. No estaba presentable, en pocas
palabras. Pero de alguna forma seguía siendo encantador. Probablemente tenía
algo que, sólo él podía ver.
Ah, pero ese rostro parecía sufrir. Una de sus pesadillas, pensó él.
La mueca de preocupación en el rostro de ella tenía algo
particularmente llamativo. Era como si desentonara, pero a la vez ese fuera su
lugar. Como si hubiera llegado ahí por error y luego nunca se hubiera ido. Al
parecer esa era la fuente de la melancolía que sentía al observarla.
Ahí debía haber una sonrisa. Era claro. Esas mejillas
siempre han tenido unos hoyuelos perfectos para una boca sonriente, recordaba
él. Pensaba en lo bella que podía llegar a ser cuando sonreía. No era una
escena muy común. Le costaba trabajo recordar la última vez que la vio.
Y ahí fue donde lo entendió.
Ella ya no sonreía.
Dentro de ese problema, que era bastante malo por sí solo,
residía la razón por la que su vida podía volverse peor. Ahí fue donde imaginó
una vida sin la calidez de esa mujer, y por poco entró en pánico. No soportó la
idea; ni siquiera terminó de imaginarlo. Estaba aterrado.
Su vida en definitiva no era la peor. Existía un mundo mucho
más oscuro detrás de sus quejas diarias y sus amigos drogadictos. Tenía una
razón por la cual no perder la razón, y no se percató hasta que empezó a
volverse loco.
Él pasó su brazo sobre el cuerpo ligeramente frío de esa
mujer, a la que él amaba. La estrujó contra su corazón para brindarle calor, y
ayudarla a pasar a través de la batalla que libraba en sus sueños.
Ahí entendió otra cosa.
No existía en él tal cosa como el “vacío existencial.” No
había perdido las ganas de vivir. No sentía ninguna de esas cosas. Se sintió
como un niño malcriado que rechaza su comida sólo porque no son golosinas, y
que luego pasa hambre por ser ingrato. Afianzó su agarre sobre aquella mujer
para poder apreciarla de la misma forma en que lo hizo cuando descubrió que se
había enamorado de ella.
Su visión estaba obstruida por cabello y un delicado cuello
de cisne, pero él deseó que, como los cielos nublados pero radiantes de aquella
mañana, el rostro de su amada, contra todo pronóstico, brillara tanto como el
propio sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario