Guerra en 64 escaques I: Fischer y Spassky - Al Verbo

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miércoles, 14 de octubre de 2020

Guerra en 64 escaques I: Fischer y Spassky

Por: Fenris Wolf

Hace aproximadamente 75 años, inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial, inició un conflicto, si bien mucho más silencioso, también terrible: La Guerra Fría.

Fue un enfrentamiento político, económico, social, militar e ideológico entre el bloque Occidental capitalista, liderado por los Estados Unidos, y el bloque del Este comunista, liderado por la entonces Unión Soviética.

Aunque nunca se originó un enfrentamiento directo, sí había una amenaza constante de desencadenar en un tercer conflicto mundial, esta vez incluso con armas nucleares. Además, hay que recordar que todo esto sucedió en los tiempos de crisis de la post-guerra, con todos los problemas económicos y la paranoia que eso supone.


De esta forma, si Estados Unidos atacaba, La URSS respondería de la misma forma, acabando con millones de vidas al alcance de un botón.

Como no podían descargar tensiones de otra forma, ambos bloques emprendieron una lucha constante para mostrarse superiores al otro en todo sentido. No sólo hablo de la carrera armamentística y espacial, sino a todos los niveles, incluyendo el deporte.


En este caso, había, uno que la URSS dominaba casi absolutamente, y arrebatarles el título mundial constituiría en un golpe durísimo para la moral soviética. Veían en él la oportunidad de demostrar lo superiores que eran, pues finalmente superar al rival en el tablero cuadriculado es una forma de denotar hegemonía sobre este. Hablo del ajedrez.

No era la primera vez (ni será la última) que el ajedrez cumplió esta función. ¡Así es!, se utilizó en muchas ocasiones como método de “mini enfrentamientos” entre distintos sistemas económicos o políticos. Hay muchos ejemplos de ello en la historia: La Bourdonnais y McDonnell, representando a la Francia de la Revolución y a la Inglaterra imperial respectivamente; Capablanca y Alekhine, entre la América capitalista y la Europa comunista, entre muchos, muchísimos otros. Incluso grandes generales como George Washington adoraban el juego y lo solían usar para planificar sus batallas militares.


El ajedrez, considerado un juego de ingenio, el azar no interviene en absoluto. Se juega entre dos personas: un jugador juega con las piezas blancas y otro con las negras. Cada grupo de piezas consta de un rey, una reina, dos alfiles, dos caballos, dos torres y ocho peones, todas ordenadas de forma específica. El objetivo del juego es dar jaque mate al rey contrario, que se produce cuando es atacado y no puede escapar de la captura.

A pesar de que las reglas son muy simples, el ajedrez es un juego complicado, por decir poco. Como ejemplo, el matemático y excampeón del mundo Max Euwe calculó que, si doce mil ajedrecistas estuvieran ocupados constantemente en la búsqueda de las mejores jugadas en todas las posiciones imaginables y en cada una de ellas invirtiera una décima de segundo, necesitarían más de un trillón de siglos para analizarlas todas.

Es por ello que se dice que el ajedrez nunca va a ser jugado completamente, pues jamás llegaremos a ver todas las posiciones posibles en el tablero. El jugador experto, entonces, debe desarrollar una buena capacidad de cálculo y estrategia, pero sobretodo intuición para determinar qué jugada es mejor que otra.


Una partida de ajedrez magistralmente jugada, entre dos Grandes Maestros de intuición envidiable, es tan bella como una composición musical y tan emocionante como el deporte más extremo. Las mejores partidas, las más creativas, son consideradas gemas inmortales, casi obras de arte.

La superioridad soviética en este deporte era más que evidente. Los soviéticos habían dominado las listas de los mejores durante décadas, desde el triunfo de Mikhail Botvinnik en 1948, cuando se coronó campeón del mundo.

Sabiendo esto, no sorprende que una de las batallas de la guerra fría se haya librado en los 64 escaques del juego intelectual supremo de occidente. Por ello, la propaganda soviética lo usó durante toda la Guerra Fría para mostrar su superioridad.

Sin embargo, los Estados Unidos tenían su propio rey en su lado del tablero: el legendario Robert James Fischer, más conocido como Bobby Fischer.


Si debo ser honesto, me cuesta describir con suficiente claridad lo superior que era en comparación a los jugadores de su época. Fischer llegó al ajedrez como un Mozart a la música o un Ali al boxeo: nadie tenía idea de dónde había salido ni cómo era tan bueno, pero hacía lo suyo con una maestría y gracia nunca antes vista.

Su estilo era universal; dominaba tanto el juego posicional como el combinativo, con una fiereza comparable a la de un león. Muchas víctimas, entre ellos destacados Grandes Maestros, indicaron que les resultaba muy incómodo jugar contra un oponente con un instinto tan asesino como el suyo.

Fue un lógico con una capacidad de cálculo envidiable por cualquier matemático, erudito, leyenda, impecable, maestro. Que todos estos adjetivos y mil más sirvan de precedente para describir su genio inmortal.

Supongo que no hay mejor definición del genio que fue Fischer que la de Magnus Carlsen, el actual campeón del mundo: "ha sido el jugador más perfecto técnicamente. Dicen que Fischer no tenía estilo, que simplemente elegía la mejor jugada", afirmó el noruego.


Ya desde el 8 de enero de 1958, Fischer logró su primer título importante, pues ganó el Campeonato de Ajedrez de los Estados Unidos con tan sólo 14 años, y poco después se convirtió en el Gran Maestro más joven de la historia, título reservado para la élite ajedrecística.

Era considerado el único jugador en el mundo que podía enfrentarse a la élite soviética e tumbarla desde los cimientos.

Del otro lado del tablero se encontraba el genio de Boris Spassky. También un jugador muy completo, mordaz, especialista en los ataques agresivos y espectaculares.

Con 18 años, le demostró al mundo que su paso por el ajedrez no iba a ser algo puramente testimonial, pues consiguió proclamarse campeón junior del mundo. Lo hizo en un torneo cerrado y quedando por delante de Mednis y Portisch. Ese mismo año logró ser 3º en el torneo más duro por un debutante: el Campeonato de la URSS, y lo hizo a medio punto del ganador. Hacer esto con 18 años es muy complicado, por lo que se auguró un gran futuro a la nueva estrella soviética.

Dominaba el juego posicional con precisión y cuando quería podía ser brillante en sus partidas. Sin embargo, Spassky nunca declaró que el ajedrez fuese su vida; de hecho, se sabe que dedicaba mucho tiempo a otras aficiones como el atletismo, la natación, la música clásica rusa, la literatura y el tenis.


Por supuesto, su carrera es menos brillante que la de Fischer, pero hay que mencionar un dato crucial: Spassky no estaba solo, sino que tenía el soporte de un amplio equipo de analistas formado no sólo por el excampeón soviético Botvinnik, sino por todos los grandes maestros de la élite soviética.

Entonces, para el americano ganar esa final suponía al mismo tiempo vencer a toda la poderosa estructura de ajedrez de la Unión Soviética organizada por el Comité de Educación Física y Deportes, de donde habían salido todos los campeones mundiales desde 1948. Casi nada de presión para el joven prodigio, ¿eh?

La vida de Bobby Fischer parecía el argumento de una trilladísima película estadounidense, sólo que en este caso era real: un jovencito de poco más de 20 años, un donnadie, un Rocky Balboa del intelecto, sin ayuda de ningún aparato, contra todo un imperio.

Este aire de vengador solitario, junto con su extravagante personalidad, se ganó el amor del público y le confirió el estatus de rock-star en Estados Unidos, la cual es otra de las razones por las que el ajedrez se volvió más famoso y popular de lo que fue y probablemente será nunca.

Sin embargo, no todo es color de rosa. Fischer tenía problemas mentales, además de una severa paranoia que derivaría en tragedia años después. Pero no nos adelantemos. Bobby sospechaba de todo y de todos, denunció conspiraciones de los soviéticos contra él, cambiaba de residencia para que no lo pudieran ubicar y sentía que lo perseguían los servicios de Inteligencia de varios países. Debido a lo anterior, cierto odio y paranoia comenzó a nacer en Fischer hacia los soviéticos y el comunismo.


Aunque ya estaba decidido a ir, comenzó a poner trabas a los organizadores, siendo la cantidad de dinero para el ganador la principal, las cuales ponían en duda su participación y algunos aseguraban que era por miedo.

La FIDE (la organización mundial del ajedrez) cumplió con todas sus exigencias, y Bobby participó en las eliminatorias.

Después de aplastar con una facilidad espeluznante a sus rivales del torneo de candidatos al título mundial se preparó para enfrentarse a Boris Spassky. O eso pensaban todos.

Fischer se negó a competir contra el campeón. Fue tal su negación pero tanta la necesidad de estados unidos de que venciera a Spassky, que Henry Kissinger, secretario de defensa estadounidense, tuvo que llamarlo desde la Casa Blanca para convencerlo, petición a la que finalmente accedió el jugador. Cuando Bobby contestó, el señor Kissinger le dijo una frase que me parece mítica: “este es el peor jugador de ajedrez del mundo llamando al mejor jugador de ajedrez del mundo”.

Tras largas negociaciones, Fischer aceptó.

La primera partida empezó muy igualada y al término del movimiento 28, los dos jugadores llegaron a una posición simétrica, un alfil y 6 peones para cada uno. Esta es una situación típica de tablas, pero Fischer no se conformó con el empate y cometió un error terrible al comer con el alfil el peón de h2.

Como se puede apreciar, tras la jugada g3 (peón blanco a la casilla g3) por parte de Spassky, el alfil de Fischer quedaría atrapado y el rey lo capturaría con facilidad (véase g3, Ag1, Re2, Axf2 Rxf2). Una partida de élite con esta desventaja de calidad se considera una derrota, pues sólo es cuestión de tiempo para que el soviético corone una dama y gane el juego. Es por ello que tras la jugada g3, el retador al título mundial abandonó la partida.

Fischer no se presentó a la segunda partida alegando su “disconformidad” con el trato que había recibido por parte de la organización. Ya habíamos comentado antes que Fischer tenía una personalidad «peculiar». Al parecer, Fischer se había quejado en numerosas ocasiones de la iluminación y la disposición de las cámaras, de la calidad de las fichas… estas son solo unas muestras de todas las “manías” de Fischer. La FIDE (Federación Internacional de Ajedrez) aceptó algunas de esas peticiones, pero no todas. En consecuencia, Fischer no disputó la segunda partida porque a su juicio la ubicación de las cámaras le perturbaba sus pensamientos. Por consiguiente, le dieron por perdida la segunda partida por abandono. Sin embargo, Spassky quería jugar la final del campeonato y dejó que se cumplieran muchas de sus exigencias. Así, Fischer con sus constantes requerimientos, consiguió ganar la primera batalla del ajedrez, la del juego psicológico.


El marcador iba 2-0 en favor del soviético y a pesar de que la mayoría de los expertos opinaban que el juego de Fischer era superior, todo apuntaba a que el título iría de nuevo a las tierras de Lenin. Pero Bobby venció en la tercera partida con una apertura que sorprendió a todos. La cuarta fue tablas y a partir de la quinta el americano dispuso todo su arsenal y se impuso claramente a Spassky. En palabras del posterior análisis del excampeón Gary Kasparov “ciertamente, su juego fue haciéndose más fuerte con el paso de los días. Cambiando de forma constante de apertura explotó hábilmente el hecho de que Spassky tenía una mala memoria para las variantes”. En verdad, Fischer jugó varias partidas de gran clase y dominó el match a su antojo demostrando estar a un nivel superior que el soviético en el aspecto teórico del juego.


Entre estas partidas, cabe destacar la partida 6, que no analizaré aquí, pero que considero una de las mejores partidas en la historia. Ciertamente inmortal, una obra de arte en toda regla.

Al concluir la decimotercera partida, Fischer obtuvo una sólida ventaja de 3 puntos, después sobrevinieron una larga sucesión de tablas hasta la partida 21 donde tras un error táctico de Spassky, el norteamericano obtuvo una posición ganadora. El soviético se rindió por teléfono antes de la reanudación de la partida tras haber agotado los análisis con su equipo. De este modo tras un resultado final de 12 ½ a 8 ½ Fischer se convirtió en el primer campeón del mundo estadounidense.

Hay un dato curioso. Varios analistas, expertos y ajedrecistas de élite han insinuado (o dicho abiertamente) que es posible que Fischer haya perdido la primera partida y no se haya presentado a la segunda de forma totalmente intencionada, como diciendo “sí, puedo vencer por mucho al campeón mundial dándole dos partidas de ventaja”. Conociendo la actitud de Fischer, de fiero y temerario, no me sorprendería que fuera cierto.


Fischer fue recibido con honores en Estados Unidos, siendo invitado por el presidente Richard Nixon a una reunión y cena en la Casa Blanca. Aunque, como era habitual en él, el excéntrico e imprevisible Bobby rehusó la invitación.

Además, la victoria de Fischer contribuyó notablemente a un boom de la popularidad del ajedrez en los Estados Unidos, donde en los siguientes años los clubes de ajedrez se duplicaron en número.

Muchos consideran que Bobby Fischer es el mejor jugador de ajedrez del siglo XX, y posiblemente sea así; hoy en día, nadie puede negar que Fischer fue uno de los mejores jugadores de la historia. Su mayor aportación es que cambió la actitud general del gran público hacia el ajedrez siendo el jugador que más ha contribuido a su popularización y a la defensa de los intereses de los jugadores profesionales.

Sin embargo, Fischer era un ajedrecista, pero nada más, no tenía ninguna otra cosa en la vida aparte de un tablero y el ajedrez lo acabó dominando a él, causándole graves problemas psicológicos. Una vez proclamado campeón mundial ya no tenía ninguna meta y acabó por derrumbarse psíquicamente.

Tres años después debía defender su título ante el nuevo campeón soviético, un joven de los Urales de mirada gélida y pelo grasiento, llamado Anatoly Karpov, el que luego disputaría con su archienemigo Kasparov la que es considerada la mayor rivalidad en la historia de todos los deportes, pero hablaré de ellos en otro artículo.


En fin, Fischer intentó condicionar el duelo a la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), que finalmente no aceptó sus numerosas peticiones, algunas en exceso ventajistas. Anatoli Karpov, que antes había destronado al exiliado Korchnoi, desestabilizado por las presiones del KGB a su familia, se erigió en campeón por incomparecencia.

Fischer se encerró en sí mismo y decidió no volver a jugar de forma oficial. Tardó dos décadas en romper su letargo, al aceptar tres millones de dólares para reeditar su duelo con Spassky, en 1992, en la antigua Yugoslavia, sobre la que ya pesaban las sanciones internacionales. Washington decretó entonces orden de busca y captura contra el ajedrecista, al tiempo que cursaba misivas para que embargaran sus cuentas en Suiza, donde había sido depositado el premio por derrotar de nuevo a Spassky. Desapareció de nuevo del ojo público.

En 2004, un Fischer con barba rala y aspecto de indigente fue detenido en el aeropuerto de Narita, en Tokio, debido a los mandatos internacionales. Estados Unidos no transigió, a pesar de las peticiones de clemencia, y la situación se prolongó hasta que Islandia decidió concederle asilo político un año más tarde. La ira del anciano ajedrecista le llevó entonces a celebrar los atentados del 11 de septiembre. De esta forma, el antiguo símbolo americano se consagró como un símbolo anti-americano.

Los últimos años de su vida vivió recluido en el desorden, sin salir apenas. Tampoco accedía al tratamiento psiquiátrico. Había decidido entregarse a un destino atormentado, para el que su mente no encontró solución.

Sufriendo en absoluto silencio, sin un solo acto público ni entrevista con la prensa, sin dinero, pues donó gran parte de lo que ganó a sectas religiosas, olvidado por la Casa Blanca, que lo utilizó como el héroe que había roto la superioridad intelectual de la URSS en plena guerra fría… el que es probablemente el mayor genio en la historia del ajedrez falleció en 2008, a los 64 años, el mismo número de casillas que tiene un tablero de su tan amado deporte.

Evidentemente, no fue el primer caso, ni será el último, de un ajedrecista genio que cayó en la locura. Los casos más conocidos son los de su compatriota Paul Morphy, el mejor de su época, que dejó el juego a los en sus veintes y también tenía delirios paranoides, y el de Steinitz, que aseguraba tener el don de emitir corrientes eléctricas a través del cuerpo, lo cual le permitía mover las piezas de ajedrez a la distancia; además aseguraba que jugaba partidas ni más ni menos que con Dios, a quien le daba peón de ventaja y el turno de salida. A Dios.

Con todo, nadie puede negar que la historia de Fischer, de un rey atormentado que se convirtió en el peón de un país en guerra para luego ser olvidado a la esquina de algún tablero, es la más épica pero trágica de todas.

 

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