Por:
Fenris Wolf
Hace
aproximadamente 75 años, inmediatamente después del final de la Segunda Guerra
Mundial, inició un conflicto, si bien mucho más silencioso, también terrible:
La Guerra FrÃa.
Fue
un enfrentamiento polÃtico, económico, social, militar e ideológico entre el
bloque Occidental capitalista, liderado por los Estados Unidos, y el bloque del
Este comunista, liderado por la entonces Unión Soviética.
Aunque
nunca se originó un enfrentamiento directo, sà habÃa una amenaza constante de
desencadenar en un tercer conflicto mundial, esta vez incluso con armas
nucleares. Además, hay que recordar que todo esto sucedió en los tiempos de
crisis de la post-guerra, con todos los problemas económicos y la paranoia que
eso supone.
De esta forma, si Estados Unidos atacaba, La URSS responderÃa de la misma forma, acabando con millones de vidas al alcance de un botón.
Como
no podÃan descargar tensiones de otra forma, ambos bloques emprendieron una
lucha constante para mostrarse superiores al otro en todo sentido. No sólo
hablo de la carrera armamentÃstica y espacial, sino a todos los niveles,
incluyendo el deporte.
En
este caso, habÃa, uno que la URSS dominaba casi absolutamente, y arrebatarles
el tÃtulo mundial constituirÃa en un golpe durÃsimo para la moral soviética. VeÃan
en él la oportunidad de demostrar lo superiores que eran, pues finalmente
superar al rival en el tablero cuadriculado es una forma de denotar hegemonÃa
sobre este. Hablo del ajedrez.
No
era la primera vez (ni será la última) que el ajedrez cumplió esta función.
¡Asà es!, se utilizó en muchas ocasiones como método de “mini enfrentamientos”
entre distintos sistemas económicos o polÃticos. Hay muchos ejemplos de ello en
la historia: La Bourdonnais y McDonnell, representando a la Francia de la
Revolución y a la Inglaterra imperial respectivamente; Capablanca y Alekhine,
entre la América capitalista y la Europa comunista, entre muchos, muchÃsimos
otros. Incluso grandes generales como George Washington adoraban el juego y lo
solÃan usar para planificar sus batallas militares.
El
ajedrez, considerado un juego de ingenio, el azar no interviene en absoluto. Se
juega entre dos personas: un jugador juega con las piezas blancas y otro con
las negras. Cada grupo de piezas consta de un rey, una reina, dos alfiles, dos
caballos, dos torres y ocho peones, todas ordenadas de forma especÃfica. El
objetivo del juego es dar jaque mate al rey contrario, que se produce cuando es
atacado y no puede escapar de la captura.
A
pesar de que las reglas son muy simples, el ajedrez es un juego complicado, por
decir poco. Como ejemplo, el matemático y excampeón del mundo Max Euwe calculó
que, si doce mil ajedrecistas estuvieran ocupados constantemente en la búsqueda
de las mejores jugadas en todas las posiciones imaginables y en cada una de
ellas invirtiera una décima de segundo, necesitarÃan más de un trillón de
siglos para analizarlas todas.
Es
por ello que se dice que el ajedrez nunca va a ser jugado completamente, pues jamás
llegaremos a ver todas las posiciones posibles en el tablero. El jugador
experto, entonces, debe desarrollar una buena capacidad de cálculo y
estrategia, pero sobretodo intuición para determinar qué jugada es mejor que
otra.
Una
partida de ajedrez magistralmente jugada, entre dos Grandes Maestros de
intuición envidiable, es tan bella como una composición musical y tan
emocionante como el deporte más extremo. Las mejores partidas, las más
creativas, son consideradas gemas inmortales, casi obras de arte.
La
superioridad soviética en este deporte era más que evidente. Los soviéticos habÃan dominado las listas de los mejores
durante décadas, desde el triunfo de Mikhail Botvinnik en 1948, cuando se
coronó campeón del mundo.
Sabiendo
esto, no sorprende que una de las batallas de la guerra frÃa se haya librado en
los 64 escaques del juego intelectual supremo de occidente. Por ello, la
propaganda soviética lo usó durante toda la Guerra FrÃa para mostrar su
superioridad.
Sin
embargo, los Estados Unidos tenÃan su propio rey en su lado del tablero: el
legendario Robert James Fischer, más conocido como Bobby Fischer.
Si
debo ser honesto, me cuesta describir con suficiente claridad lo superior que
era en comparación a los jugadores de su época. Fischer llegó al ajedrez como
un Mozart a la música o un Ali al boxeo: nadie tenÃa idea de dónde habÃa salido
ni cómo era tan bueno, pero hacÃa lo suyo con una maestrÃa y gracia nunca antes
vista.
Su
estilo era universal; dominaba tanto el juego posicional como el combinativo,
con una fiereza comparable a la de un león. Muchas vÃctimas, entre ellos
destacados Grandes Maestros, indicaron que les resultaba muy incómodo jugar
contra un oponente con un instinto tan asesino como el suyo.
Fue
un lógico con una capacidad de cálculo envidiable por cualquier matemático,
erudito, leyenda, impecable, maestro. Que todos estos adjetivos y mil más
sirvan de precedente para describir su genio inmortal.
Supongo
que no hay mejor definición del genio que fue Fischer que la de Magnus Carlsen,
el actual campeón del mundo: "ha sido el jugador más perfecto
técnicamente. Dicen que Fischer no tenÃa estilo, que simplemente elegÃa la
mejor jugada", afirmó el noruego.
Ya
desde el 8 de enero de 1958, Fischer logró su primer tÃtulo importante, pues
ganó el Campeonato de Ajedrez de los Estados Unidos con tan sólo 14 años, y
poco después se convirtió en el Gran Maestro más joven de la historia, tÃtulo
reservado para la élite ajedrecÃstica.
Era considerado
el único jugador en el mundo que podÃa enfrentarse a la élite soviética e tumbarla
desde los cimientos.
Del
otro lado del tablero se encontraba el genio de Boris Spassky. También un
jugador muy completo, mordaz, especialista en los ataques agresivos y espectaculares.
Con
18 años, le demostró al mundo que su paso por el ajedrez no iba a ser algo
puramente testimonial, pues consiguió proclamarse campeón junior del mundo. Lo
hizo en un torneo cerrado y quedando por delante de Mednis y Portisch. Ese
mismo año logró ser 3º en el torneo más duro por un debutante: el Campeonato de
la URSS, y lo hizo a medio punto del ganador. Hacer esto con 18 años es muy
complicado, por lo que se auguró un gran futuro a la nueva estrella soviética.
Dominaba
el juego posicional con precisión y cuando querÃa podÃa ser brillante en sus
partidas. Sin embargo, Spassky nunca declaró que el ajedrez fuese su vida; de
hecho, se sabe que dedicaba mucho tiempo a otras aficiones como el atletismo,
la natación, la música clásica rusa, la literatura y el tenis.
Por
supuesto, su carrera es menos brillante que la de Fischer, pero hay que
mencionar un dato crucial: Spassky no estaba solo, sino que tenÃa el soporte de
un amplio equipo de analistas formado no sólo por el excampeón soviético
Botvinnik, sino por todos los grandes maestros de la élite soviética.
Entonces,
para el americano ganar esa final suponÃa al mismo tiempo vencer a toda la
poderosa estructura de ajedrez de la Unión Soviética organizada por el Comité
de Educación FÃsica y Deportes, de donde habÃan salido todos los campeones
mundiales desde 1948. Casi nada de presión para el joven prodigio, ¿eh?
La
vida de Bobby Fischer parecÃa el argumento de una trilladÃsima pelÃcula
estadounidense, sólo que en este caso era real: un jovencito de poco más de 20
años, un donnadie, un Rocky Balboa del intelecto, sin ayuda de ningún aparato,
contra todo un imperio.
Este
aire de vengador solitario, junto con su extravagante personalidad, se ganó el
amor del público y le confirió el estatus de rock-star en Estados Unidos, la
cual es otra de las razones por las que el ajedrez se volvió más famoso y
popular de lo que fue y probablemente será nunca.
Sin
embargo, no todo es color de rosa. Fischer tenÃa problemas mentales, además de
una severa paranoia que derivarÃa en tragedia años después. Pero no nos
adelantemos. Bobby sospechaba de todo y de todos, denunció conspiraciones de
los soviéticos contra él, cambiaba de residencia para que no lo pudieran ubicar
y sentÃa que lo perseguÃan los servicios de Inteligencia de varios paÃses. Debido
a lo anterior, cierto odio y paranoia comenzó a nacer en Fischer hacia los
soviéticos y el comunismo.
Aunque
ya estaba decidido a ir, comenzó a poner trabas a los organizadores, siendo la
cantidad de dinero para el ganador la principal, las cuales ponÃan en duda su
participación y algunos aseguraban que era por miedo.
La
FIDE (la organización mundial del ajedrez) cumplió con todas sus exigencias, y
Bobby participó en las eliminatorias.
Después
de aplastar con una facilidad espeluznante a sus rivales del torneo de
candidatos al tÃtulo mundial se preparó para enfrentarse a Boris Spassky. O eso
pensaban todos.
Fischer
se negó a competir contra el campeón. Fue tal su negación pero tanta la
necesidad de estados unidos de que venciera a Spassky, que Henry Kissinger,
secretario de defensa estadounidense, tuvo que llamarlo desde la Casa Blanca
para convencerlo, petición a la que finalmente accedió el jugador. Cuando Bobby
contestó, el señor Kissinger le dijo una frase que me parece mÃtica: “este es
el peor jugador de ajedrez del mundo llamando al mejor jugador de ajedrez del
mundo”.
Tras
largas negociaciones, Fischer aceptó.
La primera
partida empezó muy igualada y al término del movimiento 28, los dos jugadores
llegaron a una posición simétrica, un alfil y 6 peones para cada uno. Esta es
una situación tÃpica de tablas, pero Fischer no se conformó con el empate y
cometió un error terrible al comer con el alfil el peón de h2.
Como
se puede apreciar, tras la jugada g3 (peón blanco a la casilla g3) por parte de
Spassky, el alfil de Fischer quedarÃa atrapado y el rey lo capturarÃa con
facilidad (véase g3, Ag1, Re2, Axf2 Rxf2). Una partida de élite con esta
desventaja de calidad se considera una derrota, pues sólo es cuestión de tiempo
para que el soviético corone una dama y gane el juego. Es por ello que tras la
jugada g3, el retador al tÃtulo mundial abandonó la partida.
Fischer
no se presentó a la segunda partida alegando su “disconformidad” con el trato
que habÃa recibido por parte de la organización. Ya habÃamos comentado antes
que Fischer tenÃa una personalidad «peculiar». Al parecer, Fischer se habÃa
quejado en numerosas ocasiones de la iluminación y la disposición de las
cámaras, de la calidad de las fichas… estas son solo unas muestras de todas las
“manÃas” de Fischer. La FIDE (Federación Internacional de Ajedrez) aceptó
algunas de esas peticiones, pero no todas. En consecuencia, Fischer no disputó
la segunda partida porque a su juicio la ubicación de las cámaras le perturbaba
sus pensamientos. Por consiguiente, le dieron por perdida la segunda partida
por abandono. Sin embargo, Spassky querÃa jugar la final del campeonato y dejó
que se cumplieran muchas de sus exigencias. AsÃ, Fischer con sus constantes
requerimientos, consiguió ganar la primera batalla del ajedrez, la del juego
psicológico.
El
marcador iba 2-0 en favor del soviético y a pesar de que la mayorÃa de los
expertos opinaban que el juego de Fischer era superior, todo apuntaba a que el
tÃtulo irÃa de nuevo a las tierras de Lenin. Pero Bobby venció en la tercera
partida con una apertura que sorprendió a todos. La cuarta fue tablas y a
partir de la quinta el americano dispuso todo su arsenal y se impuso claramente
a Spassky. En palabras del posterior análisis del excampeón Gary Kasparov
“ciertamente, su juego fue haciéndose más fuerte con el paso de los dÃas.
Cambiando de forma constante de apertura explotó hábilmente el hecho de que
Spassky tenÃa una mala memoria para las variantes”. En verdad, Fischer jugó
varias partidas de gran clase y dominó el match a su antojo demostrando estar a
un nivel superior que el soviético en el aspecto teórico del juego.
Entre
estas partidas, cabe destacar la partida 6, que no analizaré aquÃ, pero que
considero una de las mejores partidas en la historia. Ciertamente inmortal, una
obra de arte en toda regla.
Al
concluir la decimotercera partida, Fischer obtuvo una sólida ventaja de 3
puntos, después sobrevinieron una larga sucesión de tablas hasta la partida 21
donde tras un error táctico de Spassky, el norteamericano obtuvo una posición
ganadora. El soviético se rindió por teléfono antes de la reanudación de la
partida tras haber agotado los análisis con su equipo. De este modo tras un
resultado final de 12 ½ a 8 ½ Fischer se convirtió en el primer campeón del
mundo estadounidense.
Hay
un dato curioso. Varios analistas, expertos y ajedrecistas de élite han
insinuado (o dicho abiertamente) que es posible que Fischer haya perdido la
primera partida y no se haya presentado a la segunda de forma totalmente
intencionada, como diciendo “sÃ, puedo vencer por mucho al campeón mundial dándole
dos partidas de ventaja”. Conociendo la actitud de Fischer, de fiero y
temerario, no me sorprenderÃa que fuera cierto.
Fischer
fue recibido con honores en Estados Unidos, siendo invitado por el presidente
Richard Nixon a una reunión y cena en la Casa Blanca. Aunque, como era habitual
en él, el excéntrico e imprevisible Bobby rehusó la invitación.
Además,
la victoria de Fischer contribuyó notablemente a un boom de la popularidad del
ajedrez en los Estados Unidos, donde en los siguientes años los clubes de
ajedrez se duplicaron en número.
Muchos
consideran que Bobby Fischer es el mejor jugador de ajedrez del siglo XX, y
posiblemente sea asÃ; hoy en dÃa, nadie puede negar que Fischer fue uno de los
mejores jugadores de la historia. Su mayor aportación es que cambió la actitud
general del gran público hacia el ajedrez siendo el jugador que más ha
contribuido a su popularización y a la defensa de los intereses de los
jugadores profesionales.
Sin
embargo, Fischer era un ajedrecista, pero nada más, no tenÃa ninguna otra cosa
en la vida aparte de un tablero y el ajedrez lo acabó dominando a él,
causándole graves problemas psicológicos. Una vez proclamado campeón mundial ya
no tenÃa ninguna meta y acabó por derrumbarse psÃquicamente.
Tres
años después debÃa defender su tÃtulo ante el nuevo campeón soviético, un joven
de los Urales de mirada gélida y pelo grasiento, llamado Anatoly Karpov, el que
luego disputarÃa con su archienemigo Kasparov la que es considerada la mayor
rivalidad en la historia de todos los deportes, pero hablaré de ellos en otro
artÃculo.
En
fin, Fischer intentó condicionar el duelo a la Federación Internacional de
Ajedrez (FIDE), que finalmente no aceptó sus numerosas peticiones, algunas en
exceso ventajistas. Anatoli Karpov, que antes habÃa destronado al exiliado
Korchnoi, desestabilizado por las presiones del KGB a su familia, se erigió en
campeón por incomparecencia.
Fischer
se encerró en sà mismo y decidió no volver a jugar de forma oficial. Tardó dos
décadas en romper su letargo, al aceptar tres millones de dólares para reeditar
su duelo con Spassky, en 1992, en la antigua Yugoslavia, sobre la que ya
pesaban las sanciones internacionales. Washington decretó entonces orden de
busca y captura contra el ajedrecista, al tiempo que cursaba misivas para que
embargaran sus cuentas en Suiza, donde habÃa sido depositado el premio por
derrotar de nuevo a Spassky. Desapareció de nuevo del ojo público.
En
2004, un Fischer con barba rala y aspecto de indigente fue detenido en el
aeropuerto de Narita, en Tokio, debido a los mandatos internacionales. Estados
Unidos no transigió, a pesar de las peticiones de clemencia, y la situación se
prolongó hasta que Islandia decidió concederle asilo polÃtico un año más tarde.
La ira del anciano ajedrecista le llevó entonces a celebrar los atentados del 11
de septiembre. De esta forma, el antiguo sÃmbolo americano se consagró como un
sÃmbolo anti-americano.
Los
últimos años de su vida vivió recluido en el desorden, sin salir apenas.
Tampoco accedÃa al tratamiento psiquiátrico. HabÃa decidido entregarse a un
destino atormentado, para el que su mente no encontró solución.
Sufriendo
en absoluto silencio, sin un solo acto público ni entrevista con la prensa, sin
dinero, pues donó gran parte de lo que ganó a sectas religiosas, olvidado por
la Casa Blanca, que lo utilizó como el héroe que habÃa roto la superioridad
intelectual de la URSS en plena guerra frÃa… el que es probablemente el mayor
genio en la historia del ajedrez falleció en 2008, a los 64 años, el mismo
número de casillas que tiene un tablero de su tan amado deporte.
Evidentemente,
no fue el primer caso, ni será el último, de un ajedrecista genio que cayó en
la locura. Los casos más conocidos son los de su compatriota Paul Morphy, el
mejor de su época, que dejó el juego a los en sus veintes y también tenÃa
delirios paranoides, y el de Steinitz, que aseguraba tener el don de emitir
corrientes eléctricas a través del cuerpo, lo cual le permitÃa mover las piezas
de ajedrez a la distancia; además aseguraba que jugaba partidas ni más ni menos
que con Dios, a quien le daba peón de ventaja y el turno de salida. A Dios.
Con
todo, nadie puede negar que la historia de Fischer, de un rey atormentado que
se convirtió en el peón de un paÃs en guerra para luego ser olvidado a la
esquina de algún tablero, es la más épica pero trágica de todas.


No hay comentarios:
Publicar un comentario