Texto
propio
Por Pablo González
Esta mañana me levanté para tomar
mi dosis matutina de cafeÃna. Mientras me preparaba mi sagrada bebida, comencé
a reflexionar sobre qué tan poderosa e influyente es la pureza de la soledad
para un escritor que busca inspiración. El silencio puede decir cosas
increÃbles.
Al terminar de preparar el café, me
dirigà a mi oficina. Y, al hablar de ella, me refiero a un pequeño escritorio
que instalé en un despacho dentro de una habitación de aquella casa. Mi lugar
formal de trabajo. Sin horarios, ni uniforme. Pero seguÃa siendo bastante
formal. No habÃa hora de entrada ni de salida, pero una vez que me sentaba en
la silla y mis dedos tocaban las teclas y las hojas manchadas con tinta, podÃa
pasar todo el dÃa sin parar de escribir. A eso le llamo formalidad.
Mi escritorio es el lugar más
Ãntimo en el que puedo reflexionar y buscar inspiración para transformarla en
elegantes letras. Ni siquiera el balcón era tan Ãntimo; puesto que, al salir,
me hallaba frente a los alegres pero calmos cantos de las aves y criaturas que
habitaban el bosque. Y por las noches encaraba al abismal silencio que
acobijaba a las durmientes bestias del exterior. Y era justo ese silencio el
que me daba la homilÃa que guiaba mis escritos.
Pero no hay que confundirse. Casi
nunca escribo sobre el silencio. Y cuando lo hago, no hay nada triste ni oscuro
en ello.
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