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viernes, 29 de noviembre de 2019

"Que tumben el Ángel"

Por Mario Arizpe

"Ojalá que tumben el Ángel de la Independencia".

Es una cosa que repito bastante cuando discuto sobre las protestas y marchas por los derechos humanos que ocurren en todo México (pero particularmente en la CDMX).

Hay tres cosas que me gustaría mencionar sobre mí. Primero: me encanta la historia mexicana. Es divertida, novelesca, profunda, y está llena de paralelismos con nuestra actualidad. Segundo: el Ángel de la Independencia me causaba mucha obsesión en mi infancia, y no había nada que deseara más que poder verlo en persona. Cuando este sueño se me cumplió, tomé la foto que acompaña a este texto, desde lejos, pero hermoso de igual manera. Y tercero: soy un gran fan del simbolismo.

¿Recuerdan aquella vez en que un temblor derribó el ángel? Esa debería ser la menor de las preocupaciones; todo el D.F. se fue al demonio en esa ocasión. Pero la caída del ángel es memorable, no sólo porque era algo inaudito desde que fue erguido para conmemorar la independencia de México, sino también porque reflejaba bastante bien el estado de la ciudad en donde estaba: en el suelo y hecha pedazos. Pese al sufrimiento que esta catástrofe trajo consigo, y después de que la capital de México se puso de pie una vez más, el ángel también volvió a su lugar, brillando como nunca antes.

Desde entonces he pensado en la caída del ángel como una tragedia simbólica. Representa derrota, dolor, sufrimiento. Si cayera una vez más, daría un mensaje a la gente de la CDMX, y por consecuencia, a la gente de todo México.

¿Ustedes creen que era necesario destruir el muro de Berlín? Es gracioso pensar en que bien podrían haberlo dejado ahí, hacer un montón de puertas y portales, y tal vez usar las paredes que quedaran para hacer pintas celebrando la libertad. Eso sería bonito, sí, pero no fue así. El muro fue destruido por completo, y la Berlín unificada lo celebró como nunca se ha celebrado algo en Alemania. La presencia del muro era un estorbo para la libertad y unión que anhelaban los berlineses. No sólo querían; TENÍAN que destruirlo, pues las puertas y ventanas no eliminarían la separación simbólica que la edificación representaba. Los símbolos tienen mucho más poder del que parece.

Ahora, todos estamos de acuerdo en que México está de la patada, ¿no? Estamos mal en economía, en desarrollo social, en seguridad, en educación. Estamos bien empinados. Estamos débiles. Estamos derrotados.

¿Entonces qué diantres hace allá arriba el ángel, presumiendo de una mentira? ¿Qué demonios está haciendo allá, victorioso y galante, cuando nosotros acá abajo estamos muriendo?

El crimen no lo va a tumbar. La violencia de género no lo va a tumbar. La corrupción no lo va a tumbar. Los violadores, asesinos, ladrones, sicarios, políticos, no lo van a tumbar. Pero ese ángel, ese precioso y valiosísimo ángel, símbolo de la victoria, el orgullo y la independencia, no tiene ningún derecho de estar allá arriba en este momento.

Como dije, amo la historia. Amo los monumentos y lo que representan. Amo los relatos que cuentan, ya sea por sus piezas de metal oxidado o piedra erosionada, o por la placa descriptiva que les acompaña, o por su mera arquitectura. Y sí, me cala cuando los dañan a un nivel irreparable, porque un pedacito de nuestro legado histórico se pierde para siempre. Pero no es tan malo, pienso yo, porque también está naciendo un nuevo capítulo de la historia mexicana. Estoy viendo pintas y destrozos que un día volveré a ver, ahora en los libros de texto de las próximas generaciones, o las que le seguirán a esas.

Espero que esos libros hablen del movimiento por los derechos humanos que vio caer al ángel por segunda ocasión, y más importante, espero verlo realzado por manos victoriosas y libres una vez más.

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