Por Mario Arizpe
"Ojalá
que tumben el Ángel de la Independencia".
Es una cosa que repito bastante cuando discuto sobre las protestas y marchas por los derechos humanos que ocurren en todo México (pero particularmente en la CDMX).
Hay tres
cosas que me gustaría mencionar sobre mí. Primero: me encanta la historia
mexicana. Es divertida, novelesca, profunda, y está llena de paralelismos con
nuestra actualidad. Segundo: el Ángel de la Independencia me causaba mucha
obsesión en mi infancia, y no había nada que deseara más que poder verlo en
persona. Cuando este sueño se me cumplió, tomé la foto que acompaña a este
texto, desde lejos, pero hermoso de igual manera. Y tercero: soy un gran fan
del simbolismo.
¿Recuerdan
aquella vez en que un temblor derribó el ángel? Esa debería ser la menor de las
preocupaciones; todo el D.F. se fue al demonio en esa ocasión. Pero la caída
del ángel es memorable, no sólo porque era algo inaudito desde que fue erguido
para conmemorar la independencia de México, sino también porque reflejaba
bastante bien el estado de la ciudad en donde estaba: en el suelo y hecha
pedazos. Pese al sufrimiento que esta catástrofe trajo consigo, y después de
que la capital de México se puso de pie una vez más, el ángel también volvió a
su lugar, brillando como nunca antes.
Desde
entonces he pensado en la caída del ángel como una tragedia simbólica.
Representa derrota, dolor, sufrimiento. Si cayera una vez más, daría un mensaje
a la gente de la CDMX, y por consecuencia, a la gente de todo México.
¿Ustedes
creen que era necesario destruir el muro de Berlín? Es gracioso pensar en que bien
podrían haberlo dejado ahí, hacer un montón de puertas y portales, y tal vez
usar las paredes que quedaran para hacer pintas celebrando la libertad. Eso
sería bonito, sí, pero no fue así. El muro fue destruido por completo, y la
Berlín unificada lo celebró como nunca se ha celebrado algo en Alemania. La
presencia del muro era un estorbo para la libertad y unión que anhelaban los
berlineses. No sólo querían; TENÍAN que destruirlo, pues las puertas y ventanas
no eliminarían la separación simbólica que la edificación representaba. Los
símbolos tienen mucho más poder del que parece.
Ahora,
todos estamos de acuerdo en que México está de la patada, ¿no? Estamos mal en
economía, en desarrollo social, en seguridad, en educación. Estamos bien
empinados. Estamos débiles. Estamos derrotados.
¿Entonces
qué diantres hace allá arriba el ángel, presumiendo de una mentira? ¿Qué demonios
está haciendo allá, victorioso y galante, cuando nosotros acá abajo estamos
muriendo?
El crimen
no lo va a tumbar. La violencia de género no lo va a tumbar. La corrupción no
lo va a tumbar. Los violadores, asesinos, ladrones, sicarios, políticos, no lo
van a tumbar. Pero ese ángel, ese precioso y valiosísimo ángel, símbolo de la
victoria, el orgullo y la independencia, no tiene ningún derecho de estar allá
arriba en este momento.
Como
dije, amo la historia. Amo los monumentos y lo que representan. Amo los relatos
que cuentan, ya sea por sus piezas de metal oxidado o piedra erosionada, o por
la placa descriptiva que les acompaña, o por su mera arquitectura. Y sí, me
cala cuando los dañan a un nivel irreparable, porque un pedacito de nuestro
legado histórico se pierde para siempre. Pero no es tan malo, pienso yo, porque
también está naciendo un nuevo capítulo de la historia mexicana. Estoy viendo
pintas y destrozos que un día volveré a ver, ahora en los libros de texto de las
próximas generaciones, o las que le seguirán a esas.
Espero
que esos libros hablen del movimiento por los derechos humanos que vio caer al
ángel por segunda ocasión, y más importante, espero verlo realzado por manos
victoriosas y libres una vez más.

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