123 - Al Verbo

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viernes, 17 de mayo de 2019

123


Por: Ana

Sus manos ásperas apretaban mi cuello, el peso de su cuerpo sometía el mío, sus ojos desorbitados por el miedo que me causaba y su respiración entrecortada aumentaba su ritmo conforme mi desesperación crecía.

No es curioso cómo pasa el tiempo dependiendo las situaciones y emociones que estemos viviendo en ese momento.

Recuerdo perfectamente ese primer beso de su boca, sus labios rojos como las rosas y ese sabor a café y miel. Fue una linda tarde de septiembre la ligera brisa hacía que mi cabello se moviera con gracia a compases a destiempo al igual que mis torpes y nerviosos pies, le recuerdo a él, alto de tez amarfilada, lindos ojos color café como el aroma de su boca y sonrisa nerviosa, me miraba de reojo mientras caminábamos por la avenida y fingíamos tener el tiempo del mundo cuando ambos debíamos llegar a casa.

-Ana, déjame ayudarte a cargar eso- dijo arrebatándome sutilmente la bolsa de mi mano.
-Gracias - conteste agachando la mirada, caminamos en silencio durante un momento, vimos a los niños de la cuadra correr frente a nosotros y un señor en bicicleta con algo que parecía una bolsa de pan colgando del manubrio, vimos como la brisa se convirtió en llovizna obligándonos a acelerar el paso, mojados y con los labios algo morados por el frio a unos segundos de llegar a la puerta de mi casa, me tomo de la mano dando un escalofrío a mi espalda tenía en su cara una expresión de miedo y decidía y con aquella sonrisa que me encantaba ver cuando lo veía distraído dijo entre dientes.

- ¡Me gustas! - lo mire y pregunte- ¿Qué?
.-Ay! Ana por Dios- contesto con desespero, en ese momento me beso. Conté cada segundo del beso tierno y torpe que nos dimos, 85 segundos que rogaban nunca acabaran.
Pues fueron 85 segundos donde le rogaba a quien quisiera escucharme que me ayudara, ya que mi fuerza era vana en comparación de la suya, pero al parecer mis gritos se fueron tras el viento y a mis lágrimas no se les permitió llegar al suelo, más mi dolor más grande fue saber que mi madre me esperaba en casa, acostumbrada a escuchar mis quejas desde la puerta, a gritarme que levantara mis zapatos de la sala y al poder dormir tranquila sabiendo que yo respiro en la habitación frente a la suya.

-Ana ya levántate- escuche la voz de mi madre mientras dejaba entrar al sol por mi ventana.
- ¿Qué? -Conteste aún dormida.
-Despierta ya es tarde -me dijo cerrando la puerta tras de sí, me levante me mire en el espejo y ahí estaba yo, ojos cafés, cabello extrañamente largo y despeinado que me daba un aspecto cómico. Lavé mi cara, me puse aquellos jeans viejos que mi mamá tanto odiaba, recuerdo que una semana antes la sorprendí tratando de tirarlos a la basura, eran de un color azul relavado con las rodilleras rotas y dos botones que acentuaban mi cintura. Ella jamás imagino que aquellos janes la ayudarían a reconocer mi cuerpo.



Al salir de mi habitación, César, mi hermano iba saliendo de la puerta vecina, nuestras miradas nos delataron y el olor del tocino que acariciaba nuestras narices mientras subía por la escalera, hizo que comenzara a lucha a muerte lo tome de los cabellos lacios y lo empuje hacia atrás, el ya en suelo me tomo del tenis y con una patada me hizo caer de bruces. A estirones de cabello, empujones, mordidas y picotones de ojos logramos levantarnos al mismo tiempo, pero me empujó hacia tras cerrando la puerta en mi cara, cuando logre  abrirla me tenía ya 5 escalones de ventaja así que tome impulso (¡En qué estaba pensando!) y me lance hacia él para taclearlo rodamos por toda la escalera y nos llevamos entre los pies un jarrón que estaba terminado la escalera en un buro y ese jarrón aunque estaba horrible, color amarillo con naranja y siempre con rosas marchitas, mil veces propuse pintarlo de blanco y poner girasoles era el favorito de mama.
Ya en el suelo y con 3 costillas rotas la sombra de mamá con los brazos cruzados hizo que de mi boca saliera el:- me tropecé.

Mi hermano César tiene 19 años, es más grande que yo con 2 años. Cesar siempre trato de protegerme a su inusual manera, ya que jamás dije gracias cuando lo hacía era una especie de trato entre nosotros fingíamos no tenernos tanto cariño, pero, él era mi todo y yo le partí el corazón cuando no volví a casa. Antes de que mis padres se divorciaran, en una ocasión mientras mamá trabajaba y él y yo nos aburríamos por no poder salir de casa por la lluvia nuestra creatividad para insultarnos comenzó a brotar más de lo usual.
- ¿Por qué estás tan fea? - me dijo.  

-Mi mama me prohibió decirte esto hasta que estuvieras listo, Cesar; pero es hora- deje que me mostrara una cara curiosa-Tú, en realidad, eres hijo de doña Elena - Doña Elena era nuestra vecina de enfrente, su casa olía a repollo cocido todo el día y tenía un genio del demonio y estaba llena de verrugas inmensas por todo el rostro.

- Cabeza de bolo- Me dijo, por último, no aguante más y le arrojé mi cepillo. Se agacho y golpe el cristal de la venta con el cepillo, nos quedamos inmóviles al ver la grieta que se formó en menos de un segundo y cuando íbamos a volver a respirar: “¡Boom!”. El vidrio se hizo añicos cayendo a los pies de los dos, el grito de papa se escuchó desde abajo y sus pasos retumbaron por toda la escalera, Cesar inquieto y asustado quizá más que yo me tomo brusco del brazo y me escondió bajo el escritorio y me dijo.
- No salgas hasta que yo te diga.- Yo fui obediente y vi los pies de mi papá llegar hasta cesar, escuche el golpe tan fuerte que este le dio en la cabeza tumbando a un niño de 12 años al suelo, sus pies pateaban sus costillas, vi su cara bajo el escritorio yo trate de salir y soportando el peso de su lágrimas para que no lo vieran  llorar me dijo que no con la cabeza, el hombre se cansó de golpearlo y lo dejo tumbado en el suelo frío espere a que se fuera para poder salir estaba asustada y sentí que iba a gritar pero mi voz se desvanecía, él se retorció de dolor y trate de tocarlo pero lo lastimaba así que me acosté junto a él y me quede el tiempo suficiente a su lado como para quedarme dormida. Nunca hablamos de eso es un secreto que al menos de mi boca ya no podrá salir. César te veo de donde estoy y sé que este desecho, pero ahora poder devolverte el favor y caminare contigo todos los días hasta que llegues a donde me encuentro, te lo prometo.

Después de la batalla en el desayuno, tome mi mochila y camine a tomar el autobús para la escuela, vi el transporte de lejos y trate de alcanzarlo, pero estaba una cuadra de distancia y mi condición física me permitió correr por tres casa ya al punto del infarto me doble con las manos en las rodillas arrastrando ya la mochila y vi como el autobús junto con la poca dignidad que me quedaba se iba sin mí. Recupere el aliento me incorpore y comencé a caminar con la mochila en rastras. Camine y camine hasta que por fin vi la reja blanca despintada y al guardia con aspecto de chiste y complejo de carcelero viéndome con una sonrisa malévola, yo tenía la teoría que el tipo era un duende pero era demasiado alto para los de su especie y lo desterraron de su pueblo, era tan alto y escuálido que parecía perder el equilibrio en todo momento, su piel era tan obscura que solo se notaba su presencia cuando sonreía con su esmalte dental algo amarillento, tenía las orejas pequeñas y picudas y los dientes como pequeños colmillos.- La puerta cierra las a 7:15, señorita vea su reloj son las 7: 56 ya no puedo permitirle la entrada.- me dijo con su voz de tono petulante y chillona.- Tengo examen, necesito entrar.- Le dije reprimiendo mis deseos de lanzarle mi lonchera a cara.- Levántese más temprano, para que no le vuelva a pasar esto, pero no voy  dejarla entrar.- Me contesto cerrando la reja en mi narices.

Tal vez solo tal vez si me hubiesen permitido entrar, tal vez si hubiera caminado por el lado izquierdo de la acerca esta vez, tal vez si me hubiese puesto otros janes solo tal vez estaría en casa cenando y viendo reír a mama soportando los insultos que Cesar y yo nos decimos cuando nos vemos.
Pero no fue así, no entre a mi examen, no cambie de lado mi caminar y tampoco me puse los jeans nuevos azules que me compro mi mama en rebaja en una tienda.
Me quede unos minutos viendo aquella reja blanca y despintada, se podían ver aquellas pequeñas machas de óxido me di la vuelta y cruce hacia enfrente y me senté en la baqueta a tomar un respiro y me perdí en el tiempo. Yo sentía que todo en mi vida iba mal, la escuela, mis amigos, mi novio…
Alex, él tiene el cargo de conciencia más grande de todos no entiendo porque yo no le culpo de nada, porque volviendo a los tal vez si hubiera contestado mi llamada mientras estaba en casa de Sofía, mi mejor amiga ya que los Jueves no hay nadie en su casa hasta las 8.00  y tenían tiempo suficiente para divertirse solos sin mí me hubiera acompañado a casa, mamá lo hubiera  invitado a cenar y yo lo hubiese acompañado hasta la puerta para despedirlo. 

Vi como el sol comenzó bajar y me dije que ya era hora de volver a casa, me levante y comencé andar camine por las cuadras amplias y vacías y el sol cada vez más oculto me dejaba sola, en una cuadra donde la mayoría de las casa eran abandonadas los chicos entraban a fumar hierba y presumir su mala ortografía en las paredes, pero esa vez no había nadie todo estaba solo como si hubiese sido planeado cada paso desde que me levante en la mañana hasta llegar a su manos. Mis pies juguetearon entre sí y al pisar una grieta del concreto me caí doblándome el tobillo me dolió tanto que comencé a sobarme y mi mochila  que estaba entreabierta dejo caer unos cuantos libros y plumas al suelo.-¡Carajo!-  dije apretando la quijada cuando iba recoger mis libros lo vi me observaba sin parpadear y yo sentí un nudo en el estómago la sensación de desconfianza que el hombre me provocaba me hizo ponerme de pie tome solo una libreta tratando de no parecer asustada y le di la espalda comencé a caminar y voltee  de rejo y lo vi en el mismo lugar pero no me perdía de vista, mi corazón comenzó a latir con fuerza y cuando comencé a caminar más deprisa y se reflejó el miedo en mis exagerados pasos comenzó a seguirme, trate de ir más rápido pero mis piernas parecían de plomo y el poste de luz mercurial no vio que llevaba prisa y su caricia lastimo rostro haciéndome caer al suelo con las manos en la nariz cubiertas ya de sangre por el impacto, por un momento todo se vio borroso y tratando de incorporarme de nuevo alguien me tomo de los cabellos; grite y un puñetazo en el rostro me hizo desmayarme.

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