Por : Pequeño gran caballero
“¡Vamos, no paren!”, proclamaba él, frente a sus débiles y moribundos amigos.
“¡Estamos cerca de lograrlo, estoy seguro! Dijimos que esta sería la última vez, y nos aseguraremos de que así sea.”
Su espíritu era inquebrantable. No podrías frenarlo incluso si te le pusieras de frente. Estaba decidido a lograrlo.
Él y sus amigos se habían dispuesto a llegar al Nirvana. Sabían que era un camino difícil, pero estaban dispuestos a intentar.
Sus ojos estaban rojos. Sus oídos zumbaban. Sus vistas habían decaído tanto que apenas diferenciaban el suelo de la pared. Estaban todos eufóricos.
Estaban a punto de morir. Y por eso mismo es que estaban tan vivos.
Algunos gritaban horrorizados mientras eran consumidos por sus demonios. Otros reían como locos, apuntando a todo lo que veían. Unos pocos yacían en el suelo, tal vez inconscientes, tal vez muertos.
Y él estaba orquestando esta psicodélica escena con pleno uso de sus facultades mentales, porque nunca tuvo fe en su plan, para empezar. A él no le interesaba el Nirvana.
Él estaba huyendo de su persecución por el Jardín del Edén. Aquel que encontró en la boca y entre las piernas de ella.
Pero su huida le dio tanto miedo, que huyó de ella.
Y vio y alentó a sus amigos mientras ellos morían de sobredosis, ahogándose en LSD, hongos y cocaína.
Persiguiendo un sueño que jamás fue suyo.
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