Por: Mario Arizpe
Este es mi testamento y mi confesión. Quiero que quede claro lo que pasó, pues le debo la verdad a algunas personas.
A lo largo de mi vida me dijeron muchas cosas diferentes. Me tacharon de feo, desagradable, sucio, molesto, impuro, gordo, repulsivo, intolerable...
Asà que me hice llamar El Cerdo. Era un nombre conveniente y acorde para mÃ. Y con ese mismo nombre subà escaños de poder en las calles.
Quiero aclarar, antes de seguir adelante, que sà la maté. Definitivamente fui yo quien la asesinó, aunque no lo hice de forma intencional. Dañarla era lo último que querÃa, pero explicaré más a fondo a continuación.
Ella llegó un dÃa a mi guarida de Zacatecas, mientras mis chicos y yo estábamos en junta. Estaba perdida y pedÃa indicaciones. No sólo estaba ella hablando con el narcotraficante más temido y detestado del paÃs, sino que lo hizo en su maldita guarida, junto a todos sus putos sicarios.
¿Y qué hizo El Cerdo con esa linda niña de ojos puros e inocentes? Prestarle a un chofer para llevarla a su casa, claro.
Era un jodido insulto. Yo, que he asesinado a niños con mis propias manos. Yo, que he violado a cada mujer que me da la puta gana. Yo, que he traficado con drogas, armas, e incluso personas, enteras o en pedazos. Dejé ir a la presa más fácil del mundo.
No me atrevo a escribir su nombre con mis asquerosos dedos, asà que la llamaré Luz.
Luz no le tenÃa miedo a la muerte, pues volvió a buscarme un par de veces. La segunda fui muy claro con ella; le darÃa una oportunidad más de irse, pero si volvÃa la venderÃa como esclava sexual. Y como mosca a la mierda, ella no tardó en buscarme una vez más.
No podÃa hacerme amigo de esa hermosa idiota que insistÃa en verme con la estúpida intención de “platicar”, asà que un dÃa la rapté y le dejé en claro que, si tenÃa tantas ganas de estar con El Cerdo, tendrÃa que vivir en el chiquero. Y como si mis palabras no hicieran eco en su cabeza, ella aceptó de inmediato a dejar atrás su vida legal para estar con el ser más indeseable del mundo.
Foto: Youtube. Genitallica - Guardaespaldas
La mandé a la lÃnea de empacado de cocaÃna para que sirviera de algo. Pensé en convertirla en una de mis perras personales, pero sabÃa que las otras se molestarÃan al ver que a ella nunca la ponÃa a trabajar e igual la trataba como a una princesa.
Y ahà fue donde más me emputé. ¿Por qué no me la iba a coger? ¿Por qué pensaba en protegerla? ¿Dónde estaba el puto Cerdo que se traga lo que le avienten al lodo, sea una dulce fruta o un pedazo de mierda? Esa mocosa me estaba haciendo perder el espinazo, asà que la puse donde no pudiera verla.
Pero a partir de ese momento, no hice más que cagarla.
No se me olvida el chingado dÃa en que tuve que matar a mi compa Josué. Él era el vigilante de la lÃnea de empacado, y le gustaba golosearse a las trabajadoras. Uno de los empacadores trató de agarrase a Luz, y el pendejo de Josué, en lugar de detenerlo, le siguió la corriente. Nomás porque yo andaba por ahà y los vi, porque si no, no me imagino en dónde estarÃa yo en este momento. Le dije que la soltara, poniendo la excusa de que “esa era mÃa”, pero nada más el puto de empacado hizo caso. Le grité más fuerte, y Josué dijo “ahorita te la chingas tú, espérate”. Saqué mi pistola y le volé los sesos al que se supone que era mi mejor amigo, sin chistar. Se murió con los calzones abajo, y no se me olvida que Luz tenÃa una salpicadota de sangre a la mitad de la cara. Sus ojitos... chingado. Sus ojos no hablaban, gritaban. Y me decÃan “¿este es el “cerdo” del que todos hablan?”
Pues resultó que Josué tenÃa buenos amigos, y no muchos dÃas después varios culeros de todas partes se rebelaron contra mÃ. Mis muchachos leales se quedaron a cuidarme mientras escapaba de la ciudad, pero me traje conmigo a Luz. Ya no me detenÃa a pensar por qué chingados hacÃa lo que hacÃa, ni me importaba. Estaba pendejÃsimo por ella.
Ese dÃa no me pasó nada. SeguÃa siendo el distribuidor más grande del paÃs, y perder una empacadora no era nada. Me fui a otra ciudad a seguir jalando como si nada. Pero al Cerdo le clavaron un cuchillo, justo en las entrañas, de esos que no te matan al momento, sino que primero te desangran. Y quien lo hizo fue Luz, cuando me dijo “gracias por salvarme. Eres mi héroe.”
Nunca habÃa sentido tanto que me llevaba la verga como en ese momento. Ni siquiera querÃa hacerme más preguntas, porque sabÃa que no las iba a contestar. Le dije que se callara, que no fuera pendeja, y que ahora la iba a usar como mi perra personal porque las otras se habÃan quedado en la otra bodega, pero yo sabÃa que era mentira. Y ella también lo sabÃa.
La traté como reina y le di una casa, pero ella insistÃa en vivir conmigo. Seguà mi trabajo, mandé a matar a todos los traidores, y reconstruà la base que me quitaron. El Cerdo creyó que podrÃa vivir con ese cuchillo en sus entrañas, pero se estaba muriendo.
Contraté más prostitutas, pero nunca me las cogÃ. Le entraba más al alcohol, y hasta probé de mi propia merca por pura desesperación, pero nada me gustaba. Hice más distribución, y en seis meses estaba vendiendo el doble, pero ni con toda esa feria estaba contento. Ya no me interesaba ser el obeso de poder que era, ni mantenerme como el mierda más mierda del mundo. Yo sólo querÃa seguir dándole cosas a Luz, para que ella me dijera “gracias”. Esa era mi única satisfacción, y se convirtió en la única cosa de mi mundo.
Anoche estaba en el piso del antro con ella, tomando y platicando como si nada, y que se meten unos culeros a balear. Saqué mi fusca y les devolvà los tiros, como ya habÃa hecho muchas veces, pero entonces escucho un grito. Y veo a Luz, cayendo al suelo, sangrando del torso.
Y de pronto entendÃ, que estaba en medio de una puta balacera, y que me podÃan matar.
Nunca le tuve miedo a un cabrón apuntándome con un rifle hasta ese momento, porque ahora no me querÃa morir. Yo sabÃa que habÃa un chingo de niños y niñas en el piso, sangrando igual que Luz, y que nadie los iba a salvar. Que iban a ser un nombre en una lista de muertos y ya. Yo podÃa evitar que a mi Luz le pasara eso, pero para eso tenÃa que sacarnos a los dos vivos de ahÃ. Asà que, en ese momento, me dio un chingo de miedo la muerte.
Salà hecho madres del antro, con Luz en mis brazos, y la llevé al hospital más cercano que pude. Les dije que le dieran prioridad y le di a la recepcionista todo el dinero que traÃa en la billetera, que eran unos $20,000 más mis tarjetas. La llevaron de urgencia al quirófano, y a punta de pistola los obligué a dejarme entrar con ella. Sentà cómo agarró con su manita mis dedos, con la poquita fuerza que tenÃa, y para cuando empezaron a tratar su sangrado ella ya no me estaba agarrando.
El cerdo ya casi habÃa muerto. Sólo quedaba un pobre diablo que no querÃa nada en la vida más que recuperar su rayito de luz.
Cuando le pusieron el desfibrilador no aguanté más. No querÃa ver cómo profanaban el cuerpo de mi ángel difunto. Salà del quirófano, según yo para calmarme, pero que salen unos pinches policÃas a perseguirme. De seguro fue la puta de la recepcionista que echó el grito de que estaba ahÃ. Y eché a correr, y logré robarme un carro en la calle para perderme e irme a otra de mis guaridas, pero ya estaba harto de esa puta vida que todo me lo habÃa quitado.
Ahora estoy en un motel de mierda. Amenacé al recepcionista para que me diera una llave porque todo mi dinero se lo quedó el hospital, y no dudo que el puto me haya delatado, asà que los polis ya deben venir para acá. No tengo más que una fusca, mi teléfono y el papel en el que escribo esto.
A quien sea que encuentre esto, por favor, chequen la lista de contactos del teléfono. Borré todos y dejé sólo uno, el de los papás de Luz. DÃganles que yo maté a su hija.
Nunca le puse ni uno de mis asquerosos dedos encima, ni la traté como menos que la reina que era. Pero yo la maté. Yo la dejé vivir en el chiquero, donde sólo viven los que ya están acostumbrados a esta mierda. Ella no pertenecÃa aquÃ, pero yo de pendejo la dejé acompañarme, porque necesitaba que alguien me recordara quien soy. Necesitaba a alguien que matara al Cerdo y trajera de vuelta al humano que habÃa en mÃ.
Ella hizo su parte del trabajo, y cuando me pudra en el infierno, la recordaré con muchÃsimo amor para aguantar el dolor. Siempre le voy a agradecer que me haya querido sanar, hasta su último aliento.
Ahora me toca a mà terminar de matar al Cerdo, de una buena vez.
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