En esta ciudad tú no eliges.
Ella elige por ti. Es matar y morir.
No te da ninguna oportunidad. Te obliga a luchar cada dÃa que pasa.
Aquà no puedes hacer nada, pero debes hacerlo todo y hacerlo rápido.
Nunca te concederá un dÃa perfecto. Debes ir al Santa LucÃa a pleno sol, o a la presa cuando está lloviendo.
La gente no te dará la mano para apoyarte. Seguirán adelante aunque tú no te muevas.
Nadie te invita a comer por cortesÃa, sino para obtener algo de ti.
El humo de la carne asada es intolerable, y te hará llorar y ver débil ante los demás.
La UANL no te está esperando. Debes hacerle saber quién eres.
Las calles intentarán asesinarte en cada semáforo, cada bache, cada curva que te encuentres.
Santa Catarina da miedo.
San Pedro es demasiado elegante.
Escobedo está lejos de todo.
Quién sabe qué es GarcÃa.

Pero esa es la poesÃa que Monterrey compone.
Esa es la forma en que te mata pero te hace vivir al máximo.
Su Macroplaza te da algo que hacer cuando sea, su Parque Fundidora te permite respirar, su Chipinque te lleva a la aventura, su Cerro de la silla te roba el aliento, su Obispado te hace inflar el pecho, mientras que su Gonzalitos te ahoga en estrés, su Estadio universitario y su BBVA te hacen perder la cabeza, su Independencia te asalta, su Apodaca está muy lejos, su EcovÃa choca a cada rato y su Estación Cuauhtémoc te deja oliendo a sudor y a veces hasta te roba el celular.
Esta ciudad te cansa y te consuela. Te patea y te acaricia. Te estrangula y te abraza. Sabe lo que necesitas y te da cualquier otra cosa.
Y al final del dÃa, cuando sus calles se calman y sus edificios brillan, te besa con ternura como si nada hubiese pasado, mientras piensa de qué formas te matará al amanecer.
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