Antología de relatos de terror Halloween 2020
Redacción Al Verbo
Cepeda, Chora, Garza, González, Ramírez.
“A mi parecer, no hay nada más
misericordioso en el mundo que la incapacidad del cerebro humano de
correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia,
en medio de mares negros e infinitos. Pero no fue concebido que debiéramos
llegar muy lejos. Hasta el momento, las ciencias, cada una orientada en su
propia dirección, nos han causado poco daño; pero algún día, la reconstrucción
de conocimientos dispersos nos dará a conocer tan terribles panorámicas de la
realidad, y lo terrorífico del lugar que ocupamos en ella, que sólo podremos
enloquecer como consecuencia de tal revelación, o huir de la mortífera luz
hacia la paz y seguridad de una nueva era de tinieblas”.
—Extracto
de “La llamada de Cthulhu”, de H.P. Lovecraft.
“Para nada me asusta el peligro, pero sí
la consecuencia ultima: el terror”
—Edgar
Allan Poe.
“Los monstruos son reales, y los fantasmas
también son reales. Viven dentro de nosotros y, a veces, ganan”
Prólogo
Para
mí, el miedo es la emoción más poderosa que puede sentir un humano. Te nubla
los sentidos; te obliga a correr o, por el contrario, te paraliza.
Por
supuesto, hablo de miedos reales, aquellos que causan ansiedad y se han cobrado
más de un insomnio. Los que se instalan como un ente acechante en la conciencia.
Para
algunos, el terror más absoluto es sentir los pequeños piececillos callosos de
una cucaracha reptando por su pierna, mientras que para otros, son conceptos
abstractos, como la muerte de un ser querido.
Aunque,
de ser honesto, a veces no es una sensación tan mala. Es el miedo a los
colmillos, las garras y el veneno lo ayudó a nuestros ancestros a sobrevivir;
fue tal su importancia que ha mutado hasta a lo que es hoy, una emoción
complejísima, incluso disfrutable hasta cierto punto.
Por
esta misma razón, el humano crea historias y películas como un espacio seguro
para representar, paradójicamente, aquello que lo hace sentir inseguro; los
cuentos de terror son, por lo tanto, un escape y un encierro a la vez, donde
convergen sensaciones contrarias.
El
terror surge cuando se está solo, vulnerable. Tal vez en un ambiente hostil.
Tal vez en un ambiente familiar, pero donde algo no cuadra. En la oscuridad. El
miedo puede surgir hoy, en la madrugada, cuando veas una sombra en tu cuarto,
cuando sientas el roce de una mano huesuda en el pie.
Surge
de una pregunta: ¿qué hay después de la muerte?, ¿por qué hay una niña vestida
de blanco en medio del bosque?, ¿cómo es posible que haya escuchado esa voz, si
yo vivo solo?, ¿por qué esa persona me está mirando?, ¿por qué me sigue?, ¿es
una persona?
H.P.
Lovecraft decía que el mayor miedo es el miedo a lo desconocido. Nos es especialmente terrorífico aquello que no comprendemos,
aquello que nos hace sentir inútiles, desnudos ante la maldad del mundo.
De
hecho, casi cualquier tipo de narración, sea del género que sea, se basa en que
alguien desconoce algo, y el objeto de avanzar en la historia es descubrir qué
es ese algo.
Estos
5 relatos son una muestra de ello.
Feliz
Halloween.
Fenris Wolf (Juan Garza) – Coordinador de redacción de la plataforma digital Al Verbo.
Canicas
Por Pablo I. González Zúñiga
Es difícil sobrevivir cada noche encerrado en
este hospital, con estas sombras en mi cabeza. Un amargo recuerdo que recorre
mi espalda con terribles escalofríos. Ahora, durante las altas horas de la
noche y cuando no hay ninguna persona alrededor, puedo escuchar lo que yace
oculto en nuestro mundo, entre nosotros. Todo gracias a un estúpido error que
cometí el año pasado.
Yo era un estudiante normal. Cursaba quinto
semestre de la universidad, y tenía una vida simple, pero feliz. Mis mejores
amigos, Cristina y Joshua, eran los cómplices de mis aventuras en la escuela;
además de que vivíamos en el mismo sector, junto al cerro. Hicimos una fiesta
enorme para celebrar el día de Independencia, y queríamos intentar algo
parecido en Halloween. Pero Cristina tenía otros planes. Cristina siempre tuvo
una inclinación hacia el ocultismo y la brujería, aunque nunca la practicó con
seriedad.
Una semana antes de Halloween, nos reunimos en
mi casa para planear la fiesta, y Cristina estaba emocionada por compartirnos
una novedad: una auténtica tabla de Ouija. Ella la había usado con
anterioridad, y aseguraba haber contactado con espíritus amigables, cosa que
quería repetir durante la fiesta.
En un principio, me entusiasmó mucho la idea.
Pero aún faltaba la aprobación del tímido Joshua, quien había escuchado
horribles testimonios en grupos de catequesis, de gente que terminaba poseída y
atormentada después de haber jugado con esta tabla maldita. La insistencia y
entusiasmo de Cristina, acabaron por convencer a Joshua, haciendo caso omiso a
sus advertencias.
Pasó el tiempo, hasta que Halloween llegó.
Habíamos invitado alrededor de 15 personas a la casa enorme casa de Cristina.
Sus padres estaban fuera de la ciudad, así que pasamos la tarde bebiendo y
divirtiéndonos, hasta que el sol comenzó a ocultarse tras el cerro. Sabíamos
que la hora de probar aquel juego maldito.
Con la excusa de que teníamos que cuidar a
Cristina de una falsa borrachera, dejamos a los invitados divirtiéndose en la
sala principal y subimos al cuarto de nuestra amiga. Nadie advertiría nuestra
ausencia.
Cerramos la puerta, las ventanas, encendimos
velas colocadas alrededor de toda la habitación, dibujamos un círculo con sal y
nos colocamos dentro de él. En medio de nosotros, colocamos la tabla. Era una
tabla de madera, con letras y trazos hechos con tinta negra y roja. Se veía
rústica y poco estética pero, según Cristina, cumpliría su propósito.
Cristina nos explicó las reglas; 1. Pase lo que
pase, escuchen lo que escuchen, no miren fuera de lo que ocurre en el círculo;
2. Háblenle al espíritu con mucho respeto; 3. Sólo podemos terminar el juego
cuando el espíritu marque en el tablero: “Adiós”; 4. No le mientan al espíritu;
5. Y lo más importante, no salgan del círculo de sal. Sin importar lo que pase.
Nos sentamos formando un triángulo en el suelo,
y el ritual comenzó.
—¿Hay alguien con nosotros? —preguntamos, mas
no hubo respuesta.
Realizamos la misma pregunta de nuevo y esta
vez el puntero triangular comenzó a moverse lentamente hasta señalar su
respuesta en el tablero: “SÍ”.
Un silencio se apoderó de la habitación, y
nuestras manos temblaban.
—Cristina, ¿forzaste el puntero? —preguntó
Joshua, temeroso. Cristina podía ser muy juguetona, pero entendía la seriedad
de lo que estábamos haciendo.
—No, no lo hice.
Comenzamos a cuestionarnos si en verdad aquel
movimiento era real y nos aseguramos de que nadie estuviese moviendo el puntero.
Después de nerviosas acusaciones, volvimos a
posar nuestras manos sobre el puntero para seguir comunicándonos con el ente de
la Ouija. Le preguntamos su nombre, a lo que lentamente movió el puntero: “Z”,
“O”, “Z”, “O”. Zozo. Todos mencionamos el nombre en voz alta como
aprendiéndolo. Inmediatamente, escuchamos un fuerte golpe en la pared de la
habitación de al lado. Intenté levantarme pero Cristina sujetó fuertemente mi
brazo, deteniéndome.
—No olvides las reglas. No podemos salir del
círculo –susurró.
Empezamos a realizar preguntas simples: si
estaba molesto, si era hombre o mujer, de dónde venía, etc. Sus respuestas eran
algo confusas, pero no hostiles. Nos dijo que su nombre era Zozo, no nos aclaró
si era hombre o mujer, dijo que venía del infierno, y que estaba calmado.
Después de varias horas de intriga y una lenta
sesión de preguntas, le cuestioné algo que me mantuvo nervioso desde que el
juego comenzó:
—¿Quieres hacernos daño?
No hubo respuesta. Y, extrañamente, la
habitación empezó a enfriarse. Nos habíamos asegurado de que las puertas y
ventanas estuviesen cerradas, pero el frío era tanto, que podíamos ver nuestra
respiración gracias al vaho que emanábamos.
El espíritu empezó a revelar información
nuestra. Cosas que sólo nosotros sabíamos o que casi habíamos olvidado: la
fecha de nacimiento de los padres de Joshua, el nombre del fallecido padre de
Cristina, el nombre de mi primera mascota.
Joshua, en un ataque de nervios, empezó a
explicarnos por qué lo que estábamos haciendo estaba mal. Y se atrevió a
mencionar a Dios. Luego de haber dicho ese nombre, las cosas se empezaron a
poner feas. Las velas empezaron a apagarse, y extraños sonidos provenían del
armario, era como si alguien estuviese dentro, rezando.
También escuchamos como si alguien estuviese
soltando canicas. Primero en el techo, luego en el pasillo de afuera. Pensando
que todo se trataba de una broma de mal gusto, salí de la habitación, rompiendo
la más importante regla que Cristina nos mencionó. Pero esto no me importaba en
lo absoluto, así que salí a inspeccionar y me di cuenta de algo extraño:
silencio. ¿Qué pasó con los invitados? ¿En qué momento la música dejó de sonar?
Ignorando las llamadas de atención y advertencias que Cristina vociferaba desde
su cuarto, bajé a la sala principal y los invitados no estaban. Tampoco estaban
las cervezas, ni las bocinas. Nada. Como si la fiesta nunca hubiera pasado.
Me quedé varios minutos anonadado en medio de
la sala, procesando lo que estaba ocurriendo. Y, de repente, escuché fuertes
pasos en el piso de arriba, como si alguien estuviese corriendo con urgencia.
Estos pasos concluyeron al extremo del pasillo, en la habitación de Cristina.
La puerta se azotó y unos gritos desgarradores retumbaron en cada esquina de la
casa. Mi corazón se detuvo por un momento y mis manos se convirtieron en
inagotables fuentes de sudor. Alguien entró a la habitación junto con mis
amigos. O algo lo hizo.
Corrí hacia las escaleras y me apresuré a subir
para reunirme con mis amigos. Pero la oscuridad que abrazaba al piso de arriba
me aterraba. No tenía idea de lo que pudimos haber provocado al jugar con esa
tabla maldita, y por supuesto no tenía idea de lo que me esperaba al cruzar las
escaleras que aterrizaban en las penumbras de un espíritu desconocido.
Con mis piernas temblorosas, caminé uno a uno
cada escalón, hasta llegar al segundo piso, el cual estaba completamente
oscuro. Sólo me pude guiar gracias a la luz de la luna que se filtraba por
debajo de una de las puertas del pasillo. Me aproximé a pegar el oído a la
puerta del cuarto de Cristina. No escuchaba nada, salvo unos leves quejidos y
un llanto ahogado. Tomé aire suficiente para que me armase de valor, y abrí la
puerta. Mis ojos no podrían creer la horrorosa escena ocurrida en la
habitación.
Joshua no estaba, y Cristina yacía sentada en
posición fetal en una esquina del cuarto. Estaba temblando y llorando con un
terror indescriptible apoderándose de su mente. Me acerqué a ella despacio.
—Cristina, soy yo. ¿Qué ha pasado? Háblame, por
favor.
La horrorizada chica dirigió, poco a poco, su
mirada hacia mí. Y levantó su mano, apuntando hacia el armario.
Temeroso de ver lo que Cristina señalaba, lo abrí. Joshua estaba sentado al fondo del armario, mirando hacia la pared. Sólo rezaba. Pero su voz era gruesa y distorsionada. Giró su cabeza hacia mí, y lo que vi jamás podrá borrarse de mi mente: se había arrancado los ojos, mostrando sus oscuras cuencas, y su boca era gigante, como si alguien hubiese introducido las manos dentro de ella y la hubiera quebrado la mandíbula.
Me quedé paralizado, y empecé a llorar. No
sabía qué hacer. ¡Mierda! Debí haberle hecho caso a Joshua en no haber jugado a
este estúpido juego.
Y hablando de juego… ¡La tabla! ¡La Ouija no
estaba! Me aproximé a donde Cristina, y le pregunté dónde estaba la tabla. Pero
ella estaba en shock. Su mente no estaba con nosotros. De pronto, el sonido de
canicas se escuchó de nuevo, fuera de la habitación. Me negaba a mirar hacia
atrás, pero el sonido se hacía cada vez más fuerte y unos pasos le acompañaban.
Ahora podía escucharlo con claridad: alguien
definitivamente estaba detrás de mí. Podía escuchar su respiración y cómo se
aproximaba hacia nosotros. Se detuvo en el marco de la puerta y me atreví a
voltear: no era una persona, eran los invitados, quienes llevaban puestas
túnicas y capuchas negras. Después de eso…oscuridad.
Mi último recuerdo es despertar en la sala
principal a la mañana siguiente, con un fuerte dolor de cabeza y horribles
escalofríos en todo el cuerpo. Los encapuchados no estaban. Tampoco mis amigos.
No lo dudé, y hui a mi casa.
Después de contarles lo ocurrido a mis padres y
a muchos terapeutas, concluyeron que lo que decía era imposible, y me
internaron en este hospital mental para recuperarme de mis “delirios”. En este
Halloween, se cumple 1 año de la desaparición de Joshua y Cristina. El
aniversario de mi peor decisión. Una que me costó mi salud mental y la vida de
mis mejores amigos.
Aún hay noches en las que escucho, en los
pasillos del hospital, pasos aproximarse a mi recámara. Pero sobre todo, casi
todas las noches, escucho una canica rodar. A veces en el techo… a veces debajo
de la cama.
Sin Vida ni Muerte
Por Carlos Ramírez
Era una noche como cualquier otra. Venia de mi
trabajo, cansado y muy estresado. Lo único que quería era hacerme una buena y
deliciosa cena. Al abrir mi refrigerador, pude notar que no había ido a hacer
la despensa de la semana y por consecuencia no tenía qué hacerme para cenar. Ya
eran como las 10 PM, pensé en irme a dormir y mañana temprano pasar por una
tienda y comprar de desayunar, pero mi hambre era inmensa y además venia
agotado de tanto trabajo que tuve ese día.
Opté por irme caminando; total, la tienda
estaba a unas cuantas cuadras de mi casa. Por el camino pude notar a lo lejos
una mujer. Estaba de espaldas, su pelo era dorado y perfecto, su piel era
blanca, yo la vi y pensaba que era una ilusión mía, intenté pasar como si nada,
pero ella me empezó a seguir lentamente. Estaba a una buena distancia de mí,
pero podía notar que estaba acercándose cada vez más, por lo que me detuve y le
grité:
—¿Qué pasa?, ¿qué quieres?
Ella no me dijo nada y siguió acercándose hacia
a mí. Yo, con miedo, agarré una piedra que estaba en el pavimento y le dije que
se alejara o que si no, se la lanzaría.
—Estoy perdida –respondió.
Yo me calmé bastante, pensaba que no sería una
amenaza para mí y le pregunté si era de por aquí. Ella me dijo que no sabía,
pero que su nombre era Lilith.
Yo pensé que esa mujer había sido drogada o
tenía algún problema mental. Al ver su lindo rostro, su piel tan blanca y su
pelo dorado, sentí una atracción muy grande hacia ella. Decidí ayudarla. Le
dije que iba para la tienda y le podría comprar algo para comer, ella aceptó y
me acompañó. En el camino venia seria, no hablaba, solamente tenía una mirada
fría. Yo estaba muy apenado porque me gustaba y no sabía que decirle.
Llegamos a la tienda y ella me dijo:
—Te espero afuera, cómprame lo que sea.
Yo accedí y entré. Compré unas papas grandes,
dos refrescos y un par de hot—dogs. El de la tienda me dijo:
—¿Para qué tanta comida?
Yo le respondí que me acompañaba una chica y la
estaba ayudando. El que me estaba atendiendo observó por la ventana y no vio a
nadie, yo le dije “¿no la ves ahí parada?” Lilith estaba enfrente de la puerta,
se me hacía raro que no la viera, el cajero me dijo: ¨la verdad no veo nada, yo
creo que estas alucinando, te veo demasiado cansado¨ Yo me molesté y le dije
que solamente cobrara y me dejara ir. El cajero ya no dijo nada y yo me retiré.
Salí y vi a Lilith sentada en la banqueta. La
invité a mi departamento para poder cenar y le ofrecí llevarla con la policía para que buscaran a un familiar
suyo.
Ella me dijo:
—No quiero, vamos a un lugar abierto, estar
encerrada me vuelve loca.
Yo le dije que fuéramos a un parque. Estaba a
unas cuadras y ahí había lugares para cenar. No me importaba la hora, la zona
donde vivía era segura, y pues la lleve a cenar. Cuando llegamos al parque, vi a
un niño jugando, ella le habló muy feliz:
—¡Samael! qué bueno que te veo, estaba muy
asustada.
Yo me asombré y le pregunté si era su hermano o
algo así, ella me dijo que probablemente sí pero no sabía, yo pensaba que sí
eran, ya que los dos se parecían mucho, el niño era blanco y compartía muchos
rasgos faciales de Lilith. El niño le preguntaba: “¿dónde está mamá?” y Lilith
solamente sonreía y no decía nada.
Al final terminamos de cenar. Lilith me dijo
que llevaría a Samael a los columpios, y yo le dije que la alcanzaba, porque
iba a tirar la basura de la cena. La perdí de vista unos minutos, ella
desapareció, yo me asuste y empecé a gritar como loco su nombre; pensaba que la
habían secuestrado.
Una señora de unos 50 o 60 años salió de su
casa.
—¿Que es todo este escándalo? –dijo.
Yo, con lágrimas en los ojos y muy asustado, le
dije que habían secuestrado a una mujer y a su hijo o hermano, la señora me
pregunto que volviera a decir sus nombres, ya que le parecían muy familiares,
yo le dije que se llamaba Lilith y el otro Samael. La señora, muy asustada, me
dijo:
—Ellos no existen, ellos son malos.
Yo me confundí, le pedí que me explicara, pero
ella solamente me dijo que no volviera a mi casa y buscara algún cura o padre
de iglesia para que me bendijera. Por mi mente pasaba que estaba loca la
señora. Yo no dije nada, me fui corriendo a mi casa, para llamar a la policía.
Lilith estaba llorando en mi sala. Yo me
asusté, no sabía cómo ella había podido entrar a mi casa. En ese momento, noté
que sus manos estaban llenas de sangre y no paraba de decir que lo lamentaba. Yo
en ese momento iba a entrar a mi cuarto para buscar mi teléfono y llamar a la
policía.
Cuando entré, estaba Samael acostado en mi cama,
apuñalado, y las paredes estaban manchadas con sangre. Yo grité, agarré mi celular
y me salí de ese cuarto.
Cuando vi a Lilith, ella se estaba riendo, yo
estaba realmente asustado, ella dijo:
—Llama a la policía para que vean esta obra de
arte.
Yo salí de la casa corriendo, cerré la puerta
con llave para que no saliera Lilith y llame a la policía.
Les conté todo. No tardaron en llegar. Cuando
subí con los agentes, entraron a mi departamento y vieron que no había nada, mi
cuarto estaba como si nada, no había ninguna gota de sangre y todo se veía
demasiado normal. Los oficiales se enojaron conmigo, me dijeron que esas bromas
no se hacen y que me pondrían una multa por hacerlas.
Yo estaba en shock, no sabía qué había pasado, pero
no discutí con los oficiales, solamente los dejé ir. Esa noche no dormí. El día
siguiente no fui a trabaja; fui con la señora que salió en la noche. Cuando
llegué, ella estaba regando su jardín, le pregunté quiénes eran Lilith y
Samael, ella muy seria me dijo que no los mencionara, que eran demonios que
solamente hacen mal a la vida de la gente.
Le conté lo que ocurrió en mi casa. La señora
me creyó, ella dijo que algo similar le ocurrió a su difunto esposo cuando
recién se mudó a esa colonia, me advirtió que me mudara de casa y fuera a una
iglesia a bendecirme. Yo le hice caso. Estuve unos días en casa de mis padres
en lo que buscaba donde quedarme, el día que fui a recoger mis cosas para
mudarme, pude ver por la ventana como me observaban Lilith y Samael, yo me
asusté, pero entré con valentía a confrontarla. Yo ya sabía que eran unos
demonios y que buscaban hacerme un mal.
Cuando entré, Lilith profirió un grito tan
intenso que yo me desmayé. Cuando desperté, estaba en un lugar horrible, hacía
mucho calor, olía a azufre y huevo podrido, se escuchaban chispas y gente gritando.
Al empezar a caminar pude ver el mismísimo
infierno, todos estaban intentando quitarse la vida, pero ellos no podían,
había gente hambrienta, gente demente. Existía una multitud de personas
clamando, preguntaban dónde estaba Dios y por qué estaba ocurriendo eso. Yo
corrí hacia un rincón a llorar del miedo. En eso se acercó Lilith. Me dijo que
la acompañara. Yo sin saber que hacer la seguí. El camino fue horrible; había
gente gritándome, escupiéndome, personas ardiendo en llamas.
Llegamos a un castillo muy viejo. Cuando entré,
estaba el Diablo sentado en un trono, le dijo a Lilith que hizo un buen
trabajo. El Diablo me dijo que ya no volvería a ser el mismo y mandó a unos
demonios para que me encadenaran del cuello para que me ataran a un pilar cerca
de su trono, me dieron unas hojas, una pluma, y un tarro con sangre humana.
Me ordenó que escribiera todo lo que él y sus
demonios me dictaran, y que si fallaba en algo, me mandarían a una celda donde
nunca saldría de ahí. Yo, con miedo, fallé, y ahora estoy encerrado aquí en una
celda. Llevo mucho tiempo sin ver a nadie, no he comido, me he intentado quitar
la vida con todo lo que veo, pero es imposible morirse. Aquí en el infierno
solo hay sufrimiento, pues nunca morirás pero tampoco vivirás.
La Sospecha
Por Gregorio Chora
En la ciudad de Nueva York existe un vecindario
rico. Aquí tenemos a las familias más adineradas de la ciudad: empresarios,
actores, magnates, en fin, todo aquel que es rico vive aquí.
En una de las calles habita una persona muy
maleducada; se tenía la sospecha de que estaba loco o que le había sucedido
algo malo y por eso actuaba así, todos los vecinos lo odian, ya que él siempre
ha sido malo con todos, no le importa si estorba a otra casa, a él no le
importa.
En una de las casas tenemos a nuestro
protagonista, Jimmy de 19 años, que está harto de este vecino; él mismo lo ha
dicho: “si tuviera la posibilidad de matarlo, lo haría, ya me tiene harto ese
viejo”. Claro, esto lo decía de mentira, ya que él solo quería que ese señor se
fuera de ahí para que en su calle todo estuviera tranquilo, hasta los padres de
este muchacho estaban hartos del señor, planeaban de todo para lograr que se
fuera, pero Jimmy nunca le tomo importancia a eso, pues él pensaba que sus
padres solo lo decían de broma.
Jimmy notó que sus padres empezaron a salir mucho
de noche. Era algo extraño para él, ya que ellos nunca salían tan tarde, sus
padres siempre le decían que irían a fiestas con sus amigos y que él se
encerrara y se fuera a dormir si ya era tarde, que no los esperara despiertos,
él empezó a tener sospechas de a dónde iban y a qué horas regresaban, durante
días noto que sus padres llegaban a altas horas en la noche, alrededor de las 3
y 4 AM y que se despertaban como si nada a las 10 AM. Era como si nunca les
hubiera afectado el sueño, Jimmy empezó más y más a sospechar que algo no
estaba bien y de repente, una noticia llegaría a esa calle, el vecino que todo
mundo odiaba había desaparecido y solo se encontró su mano derecha en la sala
de su casa y como este tenía mala fama en el vecindario, la policía interrogo a
cada vecino sobre que habían hecho la madrugada del día antes cuando se calcula
fue el asesinato. Todos tenían coartadas; o nadie había estado a esa hora o se
encontraban dormidos, las cámaras de vigilancia en esas casas confirmaban eso,
así que todos en el vecindario eran inocentes.
Al llegarles la noticia a los padres de Jimmy,
estos se alegraron, era como si les hubieran dicho una noticia buena, cuando
esta no lo era.
Ese mismo día en la tarde, cuando Jimmy salía
de bañarse, escuchó a sus padres discutiendo sobre qué hacer con las “cosas del
trabajo que hicieron”, ya que no se podían quedar ahí en la casa, Jimmy se
quedó en la puerta para escuchar más y cuando iban a hablar sobre esas “cosas”,
él terminó haciendo ruido y rápido se fue de la puerta. Justo cuando iba a
entrar a su cuarto, su mamá salió y le dijo: ¿qué ocurre hijo?, tú fuiste el
que tocaste la puerta, ¿verdad?, él respondió:
—Sí ma,
fui yo, es que les quería preguntar algo pero como los escuche hablando pues
mejor me vine para acá,
—¿Y qué querías preguntarnos?
—Solo quería saber… ¿Qué habrá de cenar?, solo
era eso –respondió él con nerviosismo.
Pide lo que quieras –dijo su madre—, no hay
ningún problema.
La madre de Jimmy le dio dinero y este le
agradece.
“Otra sospecha acaba de aparecer” —se decía
asimismo—, “muy extraño, mamá jamás me da dinero para pedir algo, nunca lo ha
hecho, es muy extraño todo”.
Ante esta situación decidió probar en más
cosas, pedía permiso para cosas que jamás lo dejaban ir y ahora lo dejaban,
hasta se podía ir en uno de los coches, todo era muy extraño, otra cosa era que
sus papás pasaban ya poco tiempo en su casa y casi no los veía. Un día su papá
lo llamó para decirle varias cosas:
—Hijo, ni se te ocurra entrar al cuarto de
vinos en el sótano, por nada del mundo puedes entrar ahí. Otra cosa, no estamos
tanto tiempo en casa tú mamá y yo, ya que pues nos hemos ocupado mucho en el
trabajo, pero deja que pase un tiempo y se baje la demanda y estaremos más
tiempo contigo, no te preocupes por eso.
Jimmy se tranquilizó un poco pero la sospecha
seguía. ¿Qué había en el cuarto de vinos que hace que no pueda entrar ahí?, esa
misma noche en la madrugada, Jimmy bajó al cuarto de vinos y cuando intento
entrar estaba cerrada con llave, así que intentó abrirla con un cuchillo y
cuando justo lo iba a lograr, escucho unos pasos y rápido se fue a la cocina. La
persona que bajaba era su mamá.
—¿Qué haces con ese cuchillo? –preguntó ella.
—Me dio hambre e iba a partir una manzana, solo
era eso –respondió con un titubeo.
Su mamá pareció creerle y se fue para arriba.
Jimmy sabía que viendo que hay en el cuarto de vinos, descubrirá por qué sus
papás han estado actuando raro.
Días después, regresando de su escuela, al
llegar a su casa, vio cómo sus papás salían del cuarto de vinos.
—¿Está todo bien? –Dijo—, ya quedó lista la
remodelación, ¿o que sucede?, están muy sorprendidos.
—Es que nos sorprende que hayas llegado muy
rápido, el cuarto sigue sin estar listo, van a faltar un par de días más para
que ya lo esté –respondió su padre.
—¿Puedo ver el avance? –dijo Jimmy.
Sus padres contestaron con un sonoro
“¡¡¡no!!!”.
—Es que, hijo, queremos que sea una sorpresa,
entonces no puedes entrar a ver lo que hay, espera a él fin de semana, ¿ok?
–dijo su madre.
Jimmy asintió con la cabeza y respondió:
—Está bien, solo que se me hace raro que se
sorprendan tanto por algo, ni que estuvieran escondiendo algo –dijo entre
risas.
Sus padres lo vuelven a mirar sorprendidos y
nerviosos, pero él no lo nota y se va a su cuarto pensando: “ellos solos se
descubrieron, hoy entraré ahí y sabré lo que hicieron y si mis sospechas se
hacen realidad, ellos fueron los que mataron al vecino, estoy seguro que ahí lo
tienen sin su mano derecha, hoy en la noche, lo sabré y lamentablemente irán a
la cárcel, aunque sean mis padres, así será”.
Esperando a que sus papás se fueran como normalmente
lo hacían, Jimmy vio cómo ellos se iban y rápido bajó al cuarto de vinos. Para
su sorpresa, estaba abierto, entró y como habían dicho sus papás seguía en
remodelación el cuarto, no había nada raro, todo estaba cambiado. Se notaba que
le hicieron mucha remodelación, pero era solo eso. Jimmy se tranquilizó mucho
al saber que no había nada malo, y ahí se dio cuenta que sus papas actuaban de
manera rara por el lugar, ya que el cuarto se adornó con cosas de cada uno, y
en una parte de la pared, Jimmy aparecía pintado y con una frase que decía: “Te
amamos mucho”. Al ver esto, todavía más se calmó, así pues se salió del cuarto
y se propuso a cenar. Este se empezó a hacer una pasta con lasaña como las que
su madre le preparaba y se dio cuenta que faltaba tomate, bajó al sótano donde guardan
mucha comida y ahí en el sótano se dio cuenta de algo, había una parte cubierta
por una cortina, prendió la luz y del otro lado de la cortina aparecía como si
la cortina estuviera manchada, Jimmy se acercó más, y cuando abrió la cortina,
esta estaba repleta de sangre. Luego miró abajo y vio como una sábana tapaba
algo, se agachó y quitó la sábana sólo para descubrir que un cuerpo estaba ahí,
repleto de sangre y sin la mano derecha, este se alejó del susto y una mano
cubrió su boca solo para desmayarse y caer al suelo.
Jimmy despertó, veía medio borroso y una voz a
lo lejos pero que cada vez más se acerca. Su padre le dice:
—Despierta, hijo, despierta, es trágico que te
enteraras sobre esto, estábamos a nada de ocultar todo para que no supieras lo
que en realidad hacemos, en donde de verdad trabajamos, lo habíamos ocultado
tan bien, pero sabíamos que algún día ibas a saber esto y hoy...hoy fue ese
día, para hacer esto rápido lo diré así: tu madre y yo somos cazarrecompensas.
Nos tocó matar a nuestro vecino, era el siguiente en la lista y hemos sido así
desde antes de tu nacimiento, solo que ahora trabajamos menos por lo mismo,
sabemos que esto es algo fuerte para ti, pero debes de aceptarnos y guardar
este gigantesco secreto. Te amamos, hijo, siempre lo hemos hecho, y ahora
tienes que aceptar la verdad, somos asesinos y esperamos que te conviertas,
como nosotros, a la edad de 21. En dos años entrarás a la academia y serás el
siguiente en la familia y seguir con el legado.
—Entiende hijo, —comenzó a decir su madre—, la
vida ahora será así, queríamos decirte el siguiente año pero hemos visto que te
has convertido ya en un hombre que puede saber todo esto. Eres fuerte. Vamos,
hijo, solo mantén el secreto y listo, déjame hacerte de comer para que te
relajes más, yo continuaré con la pasta y lasaña que estabas preparando
Jimmy, desesperado y sorprendido, solo atinó a
decir:
—Los...odio...mucho.
Su papá se fue con él y le respondió:
—Entiende hijo, esto es lo que harás hasta morir,
serás como nosotros, acepta esto o si no —se escucha un ruido de pistola—, te
tendremos que matar con el viejo aquel, entonces guardas el secreto o te
mueres, tú decides.
Pasaron 10 minutos hasta Jimmy habló con una
agradable sonrisa:
—Está bien, padre, seguiré con el legado
familiar con la condición de ya entrar a esa academia y ser como ustedes.
Sus padres, sorprendidos, lo abrazaron aseguraron
que lo amaban.
Cenó feliz, cenó pensando en muchas cosas,
Cuando se fue a dormir, lo hizo feliz, y dijo para sí: “tengo muchas malas
ideas en la cabeza, y una de ellas la hare mañana”. Cuando despierta, este
abraza a sus padres y los besa.
Los amo muchísimo –les dijo—, los veo más tarde
cuando regrese del colegio, adiós.
Sus padres, felices y al borde de llorar,
hablaron sobre como los enorgullece saber que Jimmy lo tomó bien. Horas más
tarde, ya con Jimmy en la casa, su mamá llegó y gritó:
—Jimmy, ¿ya llegaste?, ¿Jimmy?
Su madre fue a su cuarto y vio un cuerpo
semidesnudo, tirado, desangrándose. Era Jimmy. Se cortó las venas, y su madre
lo intenta ayudar, pero este la tira y se revela que no se cortó las venas.
Era solo cátsup, madre –dijo. Le dio un golpe y
la dejó inconsciente.
Se volvió a llenar de cátsup. Su padre entró,
dijo lo mismo que la madre y los vio tirados. También lo intentó ayudar, solo sufrir
el mismo destino que su esposa.
—Igual que mamá. Los dos un par de idiotas.
Lo noqueó y los llevó a la sala, los ató a unas
sillas, se puso una traje de gala, se sirvió un whiskey, lo bebió, levantó a
sus padres y les dijo:
—Despierten angelitos, ya es hora de
despertarse, ¡hola!, arriba, muchachos, que su hora para morir ha llegado.
Se despertaron.
—¿Por qué? –Dijo su padre— No lo hagas hijo,
por favor.
—Ay, padre, no quería que fuera así pero,
bueno, adiós, te veo en el infierno.
Jimmy le disparó dos veces a la cabeza y su
padre cayó muerto. Su mamá gritó del miedo y la desesperación, y así como mató
a su padre, le apuntó a su madre, mientras esta le pidió perdón, Jimmy le dijo:
—Te amo mucho ma, no sabes lo doloroso que es para mí hacerles esto, pero ustedes
me obligaron, adiós.
Llorando, Jimmy le disparó dos veces a la
cabeza y cayó fulminada, igual que su papá. Jimmy gritó y lloró como nunca, pero
luego se serenó, cogió su teléfono, marcó a un número y dijo:
—Está listo, los maté, así que con esto ya
estoy dentro de la academia, ¿verdad?...excelente. ¿Ustedes vienen a limpiar
verdad?... perfecto. Los veo en media hora, que tengan un excelente día, muchas
gracias.
Se limpió y se acercó una última vez con sus
padres ya muertos y les dijo:
—Gracias, de verdad gracias, ahora yo seré el más
joven en entrar a la agencia. Descansen en el infierno, así como yo lo haré
cuando muera, adiós.
Se retira del lugar en uno de los carros con
una cara sonriente. Dice para sí: “era una loca idea y se logró, se logró de
manera perfecta, ahora que se cuiden todos, un loco esta suelto y nadie lo
sabe, bien dicen que solo necesitas un día malo para llegar a la locura y a mí
me pasó”.
Regalo en la puerta
Por Hortencia Cepeda
La
frialdad de la noche abrazaba a Nicole. Su soledad, sus sueños la acompañaban
siempre. Eran alrededor de las 2 a.m. y ella no podía dormir. Los recuerdos de
ese terrible accidente la atormentaban a esa hora. Sin más qué hacer, Nicole va
a la cocina, cuando de pronto se escucha el timbre de su puerta. Al abrir, nota
que no hay nadie, pero en el suelo había una caja de regalo muy llamativa.
Nicole toma la caja de regalo y decide abrirla. Vaya sorpresa. Eran fotografías
de ella y sus fallecidos padres. Además, había cartas que parecían ser viejas y
una soga desgastada. No le tomó importancia a la jeringa, así que se fue la
cama a dormir.
Entre
sueños, las lámparas y sábanas blancas se podían observar. Nicole despierta con
un profundo dolor de cabeza y al ponerse de pie, cae al piso. Confundida ante
la situación, entra en desesperación y comienza a gritar. Se escucha una voz de
mujer a lado de ella y le dice que todo está bien, que se encuentra en casa. La
enfermera entra de prisa y trata de calmar a Nicole, inyectándole algo.
Conforme pasaron los minutos, entra a la habitación un hombre con zapatos
lustrados. Nicole se sorprende al ver a ese hombre. Frank se acerca a Nicole y
la abraza fuertemente mientras le dice que la extrañó mucho.
Todo
para Nicole era muy confuso, su primo Frank, le dice que hace unos días la
sometieron a una cirugía de cadera. Nicole no podía creerlo, porque ella
recordaba perfectamente la noche anterior y el regalo en la puerta que había
abierto.
Mientras
pasaba la tarde, su compañera de habitación le contaba historias, Nicole sin
prestarle atención, se sienta en su silla de ruedas y va hacia el baño. Al
observarse en el espejo, notaba el cansancio y lo demacrada que estaba. Sus
ojeras eran enormes, y sus cejas ya se comenzaban a poblar. Ella sólo podía
escuchar la voz de su madre decir “tienes que depilarte esa ceja”. Sonrió con
nostalgia. Esos recuerdos no la dejaban vivir en paz. Sale del baño y en la
puerta se encuentra con el regalo de la noche anterior. Muy confundida lo toma
y lo vuelve a abrir. Fotografías de ella en el quirófano. Eso fue totalmente
loco. Nicole se asusta y le pregunta a su compañera si ella fue quien dejó esa
caja ahí, pero su compañera divagando no le respondió.
Nicole
trata de ponerse de pie, con mucho dolor, por fin lo logra. Comienza a caminar
y sale de su cuarto cuando de repente nota que no hay nadie en los pasillos del
hospital. Sigue caminando y al final del pasillo, observa una grande puerta
negra. Entre voces, Nicole distingue la voz de su primo. Entre sollozos de
Frank, Nicole se asoma y ve la misma caja de regalo en las manos de él. Ella no
podía entender nada.
Después
de un largo rato, Frank sale de esa habitación y Nicole entra. El olor de ese
cuarto era horrible. Se da cuenta de que se encuentra en el área de la morgue.
Nicole siempre fue muy miedosa al ver todo ese tipo de cosas, pero desde que
pasó el accidente de sus papás, ella aprendió a ser fuerte sola.
Nicole
se acerca a la misma caja de regalo y la abre. Estaban las mismas fotografías y
era la misma soga. Nicole observa un cajón abierto y por curiosidad va a ver
quién se encontraba ahí. Sin palabras, las lágrimas comienzan a correr en sus
mejillas. La frialdad de sus manos y pies, sus huesos débiles, su cuello estaba
morado y su cuerpo al descubierto. La soga terminó con su vida.
Λογοκρισία
Por Fenris Wolf (Juan Garza)
Desperté
más helado que un cadáver; tanto así que me costó convencerme de no estar muerto.
Me
senté sobre la cama. Aún sin despertarme completamente, me miré los pies con ojos
vidriosos. Iba descalzo y tenía un pijama. Y estaba entero.
Reí entre
lágrimas.
El
abrazo cálido que me dio mi esposa me sobresaltó.
—Amor,
¿qué soñaste? –me preguntó, ignorando mis escalofríos. Me observaba como quien
observa una serpiente cascabel; cautelosa, lista para reaccionar por si ésta
intenta algo. Por si llega a morderla.
La
besé en la frente y acaricié su rostro. Su rostro.
—No
recuerdo muy bien –mentí—. Sólo era una pesadilla.
Me
mordí la lengua. Me sentía culpable, pero no debería contárselo.
Ella
asintió con escepticismo, pero me regresó el beso y volvió a dormir. No la
culpo; trabajó horas extra y además sabía muy bien que no podría sonsacarme
nada. Había tenido el mismo sueño cada noche durante muchas noches ya, pero
nunca se lo revelé.
Esperé
hasta escucharla roncar para levantarme de la cama.
—¿Te
quedaste ahí toda la noche? –preguntó, somnolienta, envuelta en una sábana
blanca.
Miré
hacia la ventana. Era de día. Las ocho de la mañana tal vez.
—Perdón,
no pretendía asustarte —dijo ella, deteniéndose en seco. Bajó la vista un
momento, y luego la devolvió a mi rostro. Cambiaba el peso de su cuerpo de un
pie al otro.
No
respondí y miré al suelo.
Se
acercó a mí. Un paso. Otro paso. Un deslizamiento. Levanté la mirada de golpe.
—¿Me
estás escuchando? –dijo con una voz aguda. Demasiado aguda— ¿Hola?
Se sentó a mi lado en el sillón, observándome. Me tocó el hombro.
—Dios mío, estás helado –dijo y me cubrió con parte de la
sábana—. Amor, necesitamos hablar.
Su mirada cambió. La luz de sus ojos era menos brillante,
pero, de alguna forma, más profunda. Me sentí cómodo e incómodo a la vez, como
una sensación de vacío en el estómago.
Titubeante, puso su mano en mi antebrazo. Sentí un
escalofrío en la espalda. Por un momento, su mano era lo único que sentía, sus
ojos eran lo único que veía. Su boca se relajó y compuso un semblante que sería
serio de no ser por el brillo de sus ojos, tan llenos de súplica.
Le acaricié la mejilla, apreciando cada momento.
—No veo por qué, pero adelante —dije cuando el silencio se
prolongó demasiado.
Sus mejillas se enrojecieron de furia. Quitó su mano de mi
antebrazo.
—¿No ves por qué? En primer lugar, me has estado evitando
mucho, en segundo, no has trabajado desde que te despidieron, en tercero, te
despiertas en medio de la noche y no quieres contarme qué sueñas. Tienes un
problema. Necesitas ayuda, pero si no vas a un psicólogo y ni siquiera le
cuentas a tu esposa qué te sucede, no vas a salir de esta –hizo una pausa—. No
vamos a salir de esta.
La miré. Parecía una vela derretida con ojos inyectados en
sangre y pus, que se mezclaba con el cabello. Cuando parpadeé, volvió a la
normalidad.
Sonreí.
—Ya te lo he dicho, sólo estoy cansado por el estrés…
—¿De qué estúpido estrés estás hablando? ¡No haces nada en
todo el día!, te la pasas sentado o leyendo… —lo dijo con una sonrisa
irritante, la que suelen usar las mujeres cuando un hombre no entiende algo.
Apreté la mandíbula.
Siguió hablando durante unos minutos más, pero yo no
escuché lo que me decía. Cuando se fue, azotó la puerta.
La amo. La amo. La amo. La amo demasiado como para
contarle. La amo demasiado como para que ella sepa lo que yo sé. Me odio
demasiado como para permitirle dejarme. No sé si me dejaría. No creo que me
deje. Temo que me deje. No sé qué ocurriría. Puede dejarme. Me dejará.
Me recosté en el sillón y cerré los ojos, tal como había
hecho toda la noche sin darme cuenta. Pasados un par de minutos, escuché el
primer ruido. Yo lo conocía muy bien; era un sonido que parecía alejarse a la
vez que se acercaba, como amortiguado, pero a la vez penetrante. El equivalente
a escuchar a un lobo aullar detrás de una pared, pero yo sabía que no era un
animal y que estaba en mi misma habitación.
Cuando me giré, lo vi sobre la alfombra. Estaba quieto,
como retándome. No tenía piel; las arrugas estaban en su carne reseca. Las
venas y arterias, negras y vacías de sangre, le atravesaban la carne como
telarañas. Se deslizaba y entrelazaba consigo mismo, y su forma era imposible
de adivinar entre sus miles de tentáculos.
Me senté y él hizo su equivalente. En cuanto se movió,
expulsó un horrible hedor dulzón a sangre y podredumbre. Se meció
acompasadamente sobre uno de sus múltiples abdómenes. Y entonces, cuando la
creatura abrió la boca para proferir algún sonido, desapareció.
Apreté los puños. Cerré los ojos y esperé a abrirlos en el
siguiente ruido. Tenía que abrirlos; de lo contrario, sería peor.
Mi esposa trajo un “amigo” a casa. No soy estúpido, sabía
que no era sólo un amigo; y repito, no soy estúpido, no lo digo porque piense
que me engañaría con él. No con alguien tan viejo, tan escuálido, tan horrendo.
Pero hacía demasiadas preguntas, incordios sin sentido,
faltas de respeto. Que si había desayunado hoy, que si tenía dolor de cabeza…
“¡Sí idiota!”, me atreví a decirle, “tú me causas dolor de cabeza”. Reí con mi
propio chiste, pero fui el único. No me gustan las personas sin sentido del
humor, así que comencé a ignorar sus tonterías.
Pero me siguió hasta el cuarto, cual serpiente. Mi esposa
cerró y se quedó fuera.
“Caballero, estoy aquí para ayudar”, seguía diciendo, y yo
siempre respondía “estás aquí para joder”.
—Yo no –dijo—, pero puede terminar mal si no me hace caso a
mí.
—¿Es una amenaza? –inquirí, enfurecido.
Él se acomodó las gafas cuadradas sobre su nariz aguileña y
negó con un dedo.
—No, caballero, ni mucho menos –dijo el vejete—. Nadie le
va a hacer daño, pero usted mismo puede hacérselo.
—Yo mismo podría hacértelo –susurré.
Él sonrió.
—Eso sí es una amenaza. Pero no la tendré en cuenta –me mostró
un papel—. Como le digo, caballero, estoy aquí para ayudar. ¡Para ayudar,
simplemente! Si se encuentra en mal estado, no dude en llamar a este número.
—¿Y si no lo hago?
Yo sonreí.
Su rostro se deformó. Sus dientes parecían cuchillos
oxidados. Su aliento apestaba. Cerré los ojos.
—Pues seguirás teniendo visiones, y yo estaré ahí para
reírme, junto con tu esposa…–decía arrastrando las palabras. Ese siseo.
El río de palabras que querían salir por mi boca se atoró,
como si no pudieran pasar todas a la vez. En cambio, rodeé su cuello con mis
brazos y me aferré a él con tanta fuerza que no fue capaz de gritar. Su cuello
se partió con un sonido ridículo y su cuerpo cayó al suelo.
Una creatura se arrastraba, dejando un rastro pulposo y
grotesco. Cuando habló, comprendí que las palabras las había dicho ella y no el
anciano.
—…Y ahora has matado a alguien… —intenté patearla, pero
ella sólo apartó sus tentáculos— … ¿Qué dirá tu esposa?
Apreté los puños. Me faltaba el aire.
El viejo comenzaba a sangrar por la boca. La creatura se me
acercó. Mi esposa tocó la puerta.
—No debe saber lo que has hecho –dijo y se dobló sobre sí
misma, desapareciendo.
Pateé el cadáver, tratando inútilmente de ocultarlo debajo
de la cama. Rompí sus lentes.
Me arrojé al piso y lo empujé con los brazos, pero aún se
adivinaba por los pies y el rastro de sangre negruzca…
Cuando ella entró al cuarto, tuve que someterla al mismo
tratamiento que al preguntón. ¿Qué otra cosa podía hacer? La amaba demasiado.
Ella no tenía que saber lo que hice. No debía.
Por ello, antes de matarla, giré su rostro para que no viera
el cadáver; ella nunca había visto uno y no quería que se sobresaltara. Su
cuello hizo un sonido distinto al quebrarse, más suave y armonioso.
La deposité sobre el suelo y la besé en los labios. La
besé. La besé.
Sentía como si mi consciencia hubiese sido rociada de
pronto con un soporífero; mis pensamientos se movían con lentitud. No podía
moverme. Me quedé ahí hasta que se hizo de noche.
Cuando cerré los ojos, escuché un sonido chirriante.
No podía salir a la calle. Por alguna razón, la creatura no
desaparecía y tenía miedo de que alguien la viera. De que les contara. Nadie
debía saber. Nunca debía saberse. No podía salir. Jamás. Jamás.
Pero la creatura me incitaba. Y no me dejaba dormir. Y
gritaba. Gritaba mucho. Y yo veía un vacío en su boca, que se ampliaba conforme
el grito era más sonoro. Y yo la intentaba callar, pero ella se deslizaba, me
evitaba. No. Un vecino podría escucharla. No debía escucharla un vecino. Nadie
debía saber.
Como me seguía, bajé al sótano para que así sea más difícil
que alguien la escuchara, y permanecí ahí.
Comencé a acumular comida, y se comenzaron a acumular las
cucarachas. No me molestaban en absoluto. Pero cuando me quedé sin comida, arrastré
los cadáveres al sótano y comencé a devorarlos. Al principio con asco, pero
después con cierto gustillo.
Incluso la creatura comió con esa boca sin dientes. Yo la
alimentaba sólo para que guardara silencio, al menos un poco.
Enviaron a la policía a mi casa porque la jefa de mi esposa
reportó que no había ido a trabajar en semanas y que no respondía a su
teléfono.
Por primera vez en mucho tiempo, la creatura desapareció.
Me escondí en el armario, pero entraron a la fuerza. En
cuanto vieron los cadáveres casi descompuestos, repletos de mordidas, me encontraron
y arrestaron. No opuse resistencia alguna.
Alegué demencia en el juicio. Me internaron tras
diagnosticarme una serie de enfermedades mentales.
Un psiquiatra me entrevistó en el manicomio, y yo alargué
mi relato lo más posible. No quería que se fuera, porque sabía lo que iba a
pasar. Pero no podía alargarme más, y el psiquiatra tenía que irse, por más que
le implorara lo contrario.
Se fue.
Escuché cada una de mis respiraciones, cada latido de mi
corazón. Me sudaban las manos. Quería desatarme, pero era plenamente consciente
de lo inútil que resultaría correr.
Cuando escuché un sonido chirriante y apareció la creatura con
tentáculos y se arrastró hacia mí, sabía lo que pasaría.
Comenzó a gritar. Su boca era tan grande y ancha que pronto
dejó de ser una creatura, desaparecieron los tentáculos y se convirtió en
fauces, en hoyo, en infinito. Hasta que me tragó.
Tuve la sensación de que me doblaba sobre mí mismo,
desorientándome y orientándome a la vez. Esa sensación me golpeó tan rápido y
tan duro que, en un principio, no sentía dolor. En un principio. Luego, un
dolor atroz y agudo me aguijoneó el cerebro. Yo también grité. Caí durante lo que parecieron ser años en un vacío
absoluto.
Desperté más helado que un cadáver. Me senté sobre la cama.
—Amor, ¿qué soñaste? –me preguntó.
La besé en la frente y acaricié su rostro. Su rostro.
—No recuerdo muy bien –mentí—. Sólo era una pesadilla.
Me mordí la lengua. Me sentía culpable, pero no debería contárselo.






No hay comentarios:
Publicar un comentario