Por:
Jaime Garza
En mi
corta trayectoria como profesor, he aprendido algunas cosas. Tomando en
consideración que mi primera cátedra la di con solo 22 años en el bolsillo, no
ha de sorprenderles que la mayoría de las enseñanzas tengan relación directa
con el cambio de chip alumno/maestro.
El tema
a tratar, se lo debemos al Dr. Jesús Amaya, a quien tuvimos oportunidad de
escuchar en el Quinto Congreso Mundial de Educación. Entre una serie de
reflexiones que bien valdría la pena desmenuzar con detenimiento, puso sobre la
mesa el tema de la motivación y la excesiva importancia que se le da en la
actualidad.
Imaginen
a un amante de los cortes finos toparse cara a cara con un vegano experto en el
arte de la persuasión. ¿Listo? Pues así me sentí cuando Amaya comenzó a
criticar la herramienta que más he utilizado en mi trabajo.
Claro
que en un inicio fui escéptico hasta la médula. ¿Quién no se aferra a sus
ideas? Sin embargo, conforme avanzó la charla me fue imposible no entenderle la
postura. Para cuando acordé, ya pensaba como él.
Aceptar
que precisamos de un factor emocional para alcanzar grados dantescos en cuanto
al cumplimiento de nuestras labores cotidianas, es subestimar el potencial de
nuestro cerebro. Amaya explicó esto con una gráfica que me sería de mucha ayuda
en el afán de explicarles tal razonamiento, pero igual intentaré hacerlo desde
la consecuencia -entonces todo se entiende mejor- y utilizaré un ejemplo
práctico.
Supongamos
que tenemos un conocido de gran estima -por no involucrar a la familia- quien
se encuentra un poco delicado de salud. Lo llevamos al hospital, ahí lo atiende
un médico que la noche anterior discutió con su mujer y el mal estado se le
nota a la distancia. ¿Qué pasa? El hombre, falto de motivación para llevar a
cabo el diagnóstico, atiende rápido al paciente y le receta un médicamente de
índole general. El tiempo pasa, la enfermedad avanza, y lo que en un principio
no ameritaba el encendido de alarmas, de pronto se convierte en un asunto de
vida o muerte.
Veo
innecesario inventarme el desenlace, supongo que entendimos el mensaje. El
mundo no se mueve con base en sentimientos de carácter individual, sino en
acciones colectivas. Claro que ayuda estar motivado, y en ciertos rubros como
el arte se podría decir que es necesario. No obstante, para colaborar en el
desarrollo social precisamos de otras funciones. Nuestro cerebro es más que un
músculo, tiene departamentos que bien se podrían comparar con los de un
corporativo de alto prestigio. Démosle la oportunidad de emanciparlo del
impulso, quedaremos maravillados con el resultado.
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