El día termina.
Se levantó de su cama para ir a darse un baño. Era un día
soleado y agradable, como le gustaba.
Su desayuno era un tanto extravagante para él, aunque sonara
a algo simple. Un omelette de huevo con jamón y un vaso de jugo de naranja. Para
él eso era asombroso; no acostumbraba algo tan refinado. La prisa siempre lo
hacía apurarse a beber un yogur líquido o comer una insípida barra de cereal,
pero esa mañana no. Esa mañana era diferente.
No tenía automóvil. Nunca quiso uno. El transporte público
resulta mucho más económico e igual de práctico, aunque un poco más lento. El
tiempo, sin embargo, no era un recurso escaso para él. Podía darse el lujo de
recargarse contra la gran ventana del autobús y observar las calles
congestionadas, disfrutando del pacífico caos de la vida urbana. El caos que lo
hacía amar su ciudad.
El día era muy agradable. El autobús se descompuso algunas
paradas antes de su destino, pero él no se molestó. Disfrutó dar un corto paseo
por la calle antes de llegar a su oficina, donde fue recibido con la gran
sorpresa de que los cubículos individuales fueron reajustados para conformar
equipos de cuatro, y que sus compañeros eran las personas con quienes mejor
interactuaba. Fue un día tan productivo que fue satisfactorio, sin mencionar
que fue divertido.
Salir temprano de la oficina no era tan emocionante como
quedarse unos minutos de más adelantando un gran trabajo que generaría muchas
comisiones, cosa que hizo de la salida algo mucho más apremiante. Pero eso no
se compara a lo agradable que fue la sorpresa de encontrarse, al hacer las
compras para la semana en el supermercado, a un par de sus amigos quienes
también compraban sus suplementos.
Casi por obra de un milagro, las compras se habían vuelto
divertidas, con chistes nostálgicos y bromas pesadas entre ellos. Decidieron
cenar juntos, en la casa de él, y seguir pasando el rato para reavivar esa gran
amistad que el tiempo deseaba consumir.
Llegó la noche y todo había salido maravillosamente. Había
sido un gran día, y la noche era fresca. Él decidió conectarse a internet un
rato, para navegar en sus redes sociales y ver videos en línea. Prefería eso
antes que la televisión, pues esta era muy poco interactiva. Disfrutó mucho, y
pudo reír a carcajadas en su pacífica soledad.
Finalmente lo vence el cansancio, y decide dormir. Todavía
disfruta de su gran día, y espera que muchos más días así vengan pronto.
El día empieza.
Él vio el mundo perfecto con los ojos cerrados. Ahora desea
jamás volver a abrirlos.
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